martes, 25 de febrero de 2014

LAS ESTRELLAS COMO TESTIGO (ENTRADA PROGRAMADA)

                         Las tardes en que llovía, se encontraban todos en el salón. Sara siempre estaba de buen humor. Eso era algo que no entendía Úrsula. La joven se centraba en sus bordados.
-¿Qué estás haciendo?-le preguntó en una de aquellas tardes su marido.
-Estoy bordando un pañuelo-respondió Úrsula.
-Tienes buena mano con el bordado. ¿Cómo lo haces?
-Es punto de cruz.
-Ya...
                        Era una conversación estúpida. Los dos lo sabían. Doña Brígida se dedicó a tejer una manta. Don José Antonio leía un libro en voz alta. Sara, mientras, también se dedicaba al bordado de un mantel. Era una escena doméstica muy íntima. El marqués se sentía cómodo en aquella situación.
-Mi padre sabe cómo hacer una buena entonación-opinó Sara-¿No pensáis igual?-Se dirigió a Úrsula y al marqués.
-¡Oh, sí!-contestó éste-Por supuesto...Sabe qué voz poner a cada personaje.
-Supongo...-suspiró Úrsula.
                    Sara se inclinó sobre ella y le dio un beso en la mejilla.

                    Era obvio que existía un distanciamiento entre Úrsula y el marqués. En ocasiones, el marqués se iba de juerga a la taberna. Regresaba a casa de madrugada, completamente borracho. Úrsula le oía llegar con el corazón encogido.
                   Una noche, Úrsula entró en la habitación de Sara. La joven se despertó al sentir que no estaba sola. Su prima se sentó a su lado en la cama. Se dio cuenta de que estaba llorando. Úrsula era muy desgraciada. Y sólo podía confiar en Sara.
                   El marqués estaría fuera unos días. Había viajado al Garbanzal. Quería asistir al mercado de ganado.
                     Úrsula lo agradecía. Le causaba repugnancia estar cerca de él.
-Acabará abandonándome-le contó a Sara aquella noche-Y yo lo agradeceré.
-¿Te has vuelto loca?-se escandalizó su prima-¡No puedes estar hablando en serio! Es tu marido. Úrsula, tienes que hacer algo por salvar tu matrimonio. Se está viniendo abajo. ¡Habla con Diego!
-Me causa repugnancia incluso el hablar con él.
-¿Por qué te casaste con él si no lo amabas? ¿Por qué no se lo contaste a mi padre?
-¡Es el marqués de Corvera! Mi tío dio el visto bueno a este matrimonio.
-Pero mi padre te quiere muchísimo. De haber sabido que serías tan desgraciada, se habría opuesto a tu matrimonio.
-¡Oh, Sara!
                     Úrsula rompió a llorar y su prima la abrazó con cariño.

                     Sara salió a dar un paseo por la Playa del Lastre ella sola. El marqués había regresado a casa aquella tarde. Nada más volver, Úrsula y él se encerraron en la habitación de él a discutir.
-Buenas tardes, señorita-la saludó alguien.



                    Sara se sobresaltó al darse cuenta de que no estaba sola. Se dio de bruces con un joven llamado Gerardo, que se dirigía hacia ella.
-Buenas tardes...-le devolvió el saludo Sara.
                 Los dos se conocían de verse en las reuniones a las que ambos asistían. Pero nunca habían sido presentados de manera formal.
-No era mi intención asustarla-le aseguró Gerardo.
                  Sara hizo ademán de seguir caminando. Gerardo se colocó a su lado.
-¿Qué está haciendo aquí?-quiso saber Sara.
-He salido a dar un paseo-contestó Gerardo-Lo mismo que usted.
                  Sara conocía a Gerardo de vista. Sabía que vivía en Portmán junto con su tío y la jovencísima esposa de éste.
                  La relación de Gerardo con su tío no era nada buena. Su tía se había casado con él para tener un título y porque no quería convertirse en una solterona. Era la hija del sacristán de la Ermita de Los Dolores, en El Garbanzal. Su padre era un hombre sencillo y práctico. El polo opuesto a su ambiciosa hija...
-¿Cómo están sus tíos?-quiso saber Sara por cortesía.
-Están discutiendo-contestó Gerardo-Mi tía está empeñada en ir al Corralón de Jabonerías. Y mi tío está pensando en irse a un burdel del Llano y dejar a mi tía encerrada en casa conmigo. Bueno, encerrada en su habitación y yo encerrado en otra habitación.
-Eso no es vida. Es un Infierno.
                    Gerardo se encogió de hombros. En el fondo, estaba acostumbrado a la manera de ser de su tío. Había perdido la cuenta de las veces que había ido a la taberna a buscarle y traerle a casa completamente borracho.
-Usted también se siente sola-observó Gerardo-Perdone mi atrevimiento. Pero lo veo.
                   La afirmación del joven dejó atónita a Sara.
-Tiene razón-admitió.
                     A pesar de que se encargaba de consolar a Úrsula, nadie consolaba a Sara.
-Dicen que es usted un poco bruja-comentó Gerardo.
-¿Quién ha dicho eso?-se asustó Sara.
-Lo dicen los vecinos. Pero yo no creo eso. Las brujas son feas, como aparecen en los libros. Yo pienso que usted parece más un ángel.
-Le ruego que no diga eso.

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