lunes, 30 de junio de 2014

UNA CURIOSA AFIRMACIÓN

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este dato que leí hace algún tiempo en un libro.
No me acuerdo de cómo se llamaba ese libro, pero es cierto lo que se dice.

Cartagena fue fundada por Testa, decimonono Rey de España, después de Túbal, nieto del patriarca Noé.

jueves, 19 de junio de 2014

UN FRAGMENTO

Hola a todos. 
Aquí os dejo con un pequeño fragmento de una historia que tengo en borrador sobre La Unión en la década de 1960. 
Espero que os guste. 

                               Los tiempos habían cambiado y las chicas salían a la calle con las faldas muy cortas. No usaban medias y los ojos de los hombres se iban tras ellas. Que una chica llevara el pelo corto como un chico no era motivo de escándalo. Y lo mismo ocurría cuando un chico llevaba el pelo largo. Ya habían pasado de moda los bailes en los salones de la clase social más alta. Los chicos y chicas iban a sitios llamados discotecas a bailar. Y no bailaban el vals, como en su juventud. Iban a bailar algo llamado música pop-rock que consistía en mover todo el cuerpo de manera alocada. La clase dominante del país estaba preocupada por la inmoralidad que se había adueñado de la juventud.
            Los tiempos de la caza y captura de un marido habían pasado a la Historia. Las chicas decidían si querían casarse o no. Y también si querían tener hijos. 

 

miércoles, 11 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "ÁNGEL TERRENAL"

Hola a todos.
Han pasado mil años desde que empecé a subir a este blog mi novela Ángel terrenal. 
Acabé borrándola con el deseo de reescribirla.
Aunque me está costando mucho trabajo hacerlo, me hallo inmersa en el proceso de reescritura. Poco a poco, debido a otros proyectos que tengo en mente.
Sin embargo, he podido avanzar algo y me gustaría compartir con vosotros este pequeño trozo.
¿Y qué va a pasar con Ángel terrenal? ¿La volveré a subir al blog? ¿Me animaré a publicarla?
Todavía no lo tengo decidido.
De momento, os dejo con este fragmento.
Estamos en Roche, durante la década de 1830.
El fragmento es corto, aviso.

                            Eugenia estaba recibiendo una esmerada educación, al igual que sus hermanas menores. Recibían clases de una institutriz aguileña, la señorita Laureana. Había aprendido a caminar erguida. Por lo menos, los libros que le colocaba la señorita Laureana encima de la cabeza no se le caían. No podía decirse lo mismo de Lucía, su hermana menor, la segunda.
            Se le caían los libros. Lucía se quejaba de lo torpe que era. Estaba convencida de que no sería nunca una dama. Como lo era Eugenia.
            Por eso, Lucía se enfadaba tanto con la señorita Laureana.

 

martes, 10 de junio de 2014

LAS ESTRELLAS COMO TESTIGO

Hola a todos.
Ya sé que ayer dije que iba a subir ayer el último pedazo de mi relato Las estrellas como testigo. 
Pero me he animado a mí misma a escribir.
Este trozo es pequeño, pero espero que os guste. 
           
            En la mesa había dispuesto una tetera y varias tazas donde había distintas bebidas: café para Diego, leche para Úrsula; esto hacía que aumentara la fama que el matrimonio tenía de excéntricos, ya que siempre desayunaban lo mismo y Diego, muy a su pesar, había empezado a odiar los desayunos conyugales. 
             No sólo se decían que eran un poco raros. 
             También se sabía que su matrimonio iba mal. 
              Úrsula estaba a solas en el comedor con su marido. Podía ser un buen momento para hablar con él. Para intentar sincerarse. Contarle lo que sentía. Pero optó por guardar silencio. 
            Úrsula le miró con una ceja arqueada cuando tomó un sorbo de su leche. Estaba segura de que su marido tramaba algo, pero no podía adivinar el qué.
-Mi amado esposo está muy callado hoy; debe de ocultarnos algo- apostilló Úrsula con malicia.
            Diego casi se atragantó con el trozo de tostada untada con mantequilla que estaba masticando. No agradecía el haberse quedado a solas con Úrsula. En ocasiones, tenía la sensación de que su mujer parecía estar juzgándole. Le odiaba por tenerla metida en casa. Por no querer llevarla a Murcia. Y él sentía que estaba haciendo lo correcto. 
- No oculto nada- dijo, a modo de defensa.
- No podría decirte las barbaridades que he escuchado en mis amigas acerca de tu pasado. Bueno...No son mis amigas. Son las amigas de Sara. Yo no tengo amigas porque tú no quieres. Es tu decisión. No me gusta. Pero he de acatarla. 
- Ni yo voy a contestarte para no herirte, esposa mía.
-Tú lo has dicho. Soy tu esposa.
-Pero no mandas en mí.
-En cambio, tú te crees mi dueño y señor. Me das  una orden. Y yo tengo que obedecer.
-Es tu deber. Eres mi mujer. Juraste obedecerme.
            Úrsula guardó silencio.
            Tiene razón, pensó.
            Diego percibía el odio que sentía su mujer hacia él. Quería decir algo para aliviar la tensión de aquel momento. Pero no sabía qué decir. 



-¿Estás enamorada de mí?-le preguntó a bocajarro-¿Me quieres? 
-Estoy casada contigo-respondió Úrsula-Ha de significar algo. 
-Aún ni siquiera sé el porqué te casaste conmigo. Mi abuela, que en paz descanse, te adoraba. Y yo quería complacerla. 
-Te has respondido a ti mismo. Estamos casados porque tu abuela así lo quiso. Nunca se le puede negar algo a una anciana enferma, querido. Pero ella ya no está y nosotros seguimos casados. 

lunes, 9 de junio de 2014

LAS ESTRELLAS COMO TESTIGO

Hola a todos. 
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este fragmento, el último fragmento que voy a subir por el momento, de mi relato Las estrellas como testigo. 
En esta ocasión, se ahondará en el matrimonio entre Úrsula y su marido Diego. 
Vamos a ver lo que pasa. 

            Sin embargo, dada la grotesca explicación que le dio su madre, doña Catalina, acerca de cómo sería su primera vez con un hombre (le contó una historia de monstruos, sangre, horror, asfixia, asco, vómitos y un gran dolor), Úrsula no quería que ningún hombre se acercara a ella.
             Pero todo eso cambió cuando conoció al marqués. En un primer momento, Úrsula creyó que lo amaba. Sentía algo muy fuerte por él. Y llegó a la conclusión de que lo amaba. En realidad, decidió que lo amaba. Era apuesto. Y, además, su abuela la adoraba. Por eso, pensó que una boda con él sería una buena idea.
             Aquella tarde, en el salón de la casa de sus tíos, Úrsula escuchaba a Sara tocar el piano. Fuera, había empezado a hacer viento.
-No debería de salir nadie a faenar-comentó Úrsula-Podría haber un naufragio. Dime lo que piensas.
-He visto una barca volcar. Con tres hombres...Los tres perecen ahogados. El mar no va a devolver sus cuerpos. Lo soñé ayer.
-No lo digas en voz alta porque los criados te pueden oír. 
           Diego dio por sentado de que doña Catalina le habría explicado a su hija lo que ocurría entre un hombre y una mujer cuando se llegaba al tálamo nupcial, porque doña Catalina era una mujer de libre pensamiento, como Úrsula…o eso pensaba él. A la joven le había costado trabajo entender la manera de pensar de su madre. Su forma de sentir. 
-¿Dónde está mi marido?-le preguntó a Sara.
-Ha salido a hacer una visita-respondió la joven-No dijo adónde iba.
-Espero que no le tire al suelo un golpe de viento. 
            Tendría que acostarse con él para tener un hijo. Quizás, para entonces, ya se le habría pasado el miedo a tener relaciones íntimas con alguien y el asco que le producía el contacto físico con cualquier otra persona. Después de todo, tendría que compartir cama con Diego. O sea, que él iba a hacer mucho más que rozarla. Y por la manera que tenía de besarla, Úrsula creía que Diego no esperaría a estar casados.
            No quería pensar en su noche de bodas. Había sido un completo desastre. No. Había sido mucho peor que un completo desastre.



                  Sara dejó de tocar el piano.
                  Se puso de pie.
                 Se acercó a Úrsula. Su prima se apartó de la ventana. Había una honda tristeza grabada en su cara.
-¿Crees que Diego pueda estar viéndose con otra mujer?-le preguntó Úrsula a su prima-¿Crees que es culpa mía?
-Yo, sinceramente, pienso que es culpa de los dos que vuestro matrimonio esté mal-respondió Sara con honestidad-Rechazas constantemente a Diego. Pero él es incapaz de querer abrirse a ti. Te mantiene aquí encerrada. Y eso no es justo. Tú no eres como yo, Úrsula. Tú quieres salir y ver mundo.
-Tendría que hablar con él. Pero me da miedo que no quiera saber nada. Que quiera mantenerme aquí encerrada.
-No lo sabrás hasta que no hables con él. 

viernes, 6 de junio de 2014

EL FRANCÉS

Hola a todos.
Y llegamos al final de El francés. 
Con el último trozo que subo hoy, veremos el desenlace y lo que finalmente ocurre entre Ana y Philip.
¡Vamos a verlo!

                           Hacía rato que los criados se habían retirado. Habían dado cuenta de su particular cena de Nochebuena. Era su momento. Llevaba toda la noche esperando. 

                  Siro era un dálmata que estaba en la cocina. Daba cuenta de las sobras de la cena de Nochebuena. En el salón, se oía el sonido de unos violines interpretando un vals. Su dueña, la señorita Ana Palacios, entró en aquel momento en la cocina. 
-Tú también buscas estar solo, amigo-le dijo al dálmata con una sonrisa triste. 
                    Se trataba de una joven que había recibido una esmerada educación. Se había comportado durante años como se esperaba de ella. Sabía tocar muy bien el arpa. Era hermosa. Era dulce. Poseía una larga melena de color castaño. Sus ojos eran de color verde musgo. Además, su padre le iba a proporcionar una elevada dote. 
                     Pero tenía un secreto. 
                     En aquellos momentos, echó más que nunca de menos a su hermana Carmen. A su modo, Carmen parecía entenderla. 
                      Pero Carmen ya no estaría con ella nunca más. En Roche, se hablaba mucho de la familia Palacios. El tiempo había pasado. 
                    Cada vez que Ana pasaba por delante del Pozo Concejil, recordaba que era el lugar en el que Carmen se había quitado la vida. 
-No soporto estar allí fuera-le confesó a su amigo peludo-Me agobio. 
                  Siro escuchó la música que salía del salón. Los invitados, pensó, ya habrían cenado. Ana quería alejarse de aquel bullicio. El baile ya había empezado, pero ella quería estar sola. 
                  Recordó la cena de Nochebuena. El mayordomo trinchando el pavo. Los invitados hablando entre ellos de temas frívolos. Recordó a su prima Sara callada. Y ella fingía escuchar y seguir aquellas conversaciones. Pero algo en el interior de Ana había cambiado. 
            No podía ser como había sido antes.
            Algo en su interior había cambiado. Era una mujer enamorada.
            No lo podía evitar.
                 Siro se acercó a su ama. Ana agradeció el tenerle cerca. Su familia no la entendía. En realidad, era Sara quien no la entendía. Sus padres no sabían nada. Ni siquiera lo sospechaban. Era mejor así. ¿Cómo se le había ocurrido enamorarse de un francés? 
-Philip no es malo-le dijo Ana a Siro-Puede que tenga razón. Puede que Napoleón sea un buen gobernante. Yo sólo quiero estar con Philip. No conozco a Napoleón, pero no puede ser peor que nuestro Rey. El Rey no luchó. El Rey huyó. Napoleón, de momento, no ha huido. Hasta donde yo sé. 
                     Ana vivía con sus padres y con su prima Sara. Siro había oído a Ana discutir con Sara en numerosas ocasiones. Y todo porque Ana se había enamorado de un partidario de Napoleón. No de un agente del Servicio Secreto que se estaba haciendo pasar por soldado francés. No...De un verdadero partidario de Napoleón...Y eso era algo que Sara no podía entender. Sara leía mucho. Y, en ocasiones, parecía confundir la realidad con la ficción. Y la realidad era, la mayoría de las veces, desagradable. 
                    A pesar de que lo intentaba. 
                   Siro las había oído discutir aquella misma tarde, en la habitación de Sara. 
-Si Philip regresa, me iré con él-le informó Ana a su prima-Nos amamos. 
-¿Cómo has podido enamorarte de un traidor?-le increpó Sara-¿Has olvidado que sirve a Napoleón? Si fuera un agente secreto en plena misión, fingiendo que es un soldado francés, yo lo entendería. ¡Pero no es así! ¿Cómo has podido enamorarte de un francés? ¡Es el enemigo, Ana! ¿Acaso lo has olvidado? 
                 Siro estaba echado sobre la cama. Pensaba en la cena de Nochebuena que le esperaba. Pero... Odiaba ver a Ana sufrir. Su propia familia parecía estar en contra de ella. 
-No me importa-afirmó la joven-Philip es el amor de mi vida. 
                     Unos golpes en la puerta de la cocina sobresaltaron a Ana. Siro se puso en guardia. Ana ahogó un grito al ver quién era. 
-¡Philip!-chilló feliz. 
                 Siro ladró contento. 
                 Philip había vuelto a casa. 
                  Philip Lombard era hijo de un matrimonio francés perteneciente a la nobleza rural. Le gustaba leer desde que cayó un libro por primera vez en sus manos, tiempo atrás. Los ecos revolucionarios de Francia llegaron hasta la casa solariega de sus padres. 
                     La guerra estaba llegando a su fin. El Príncipe Fernando no tardaría en regresar a España. Sería proclamado Rey. Pero Philip quería seguir peleando. 
                   Philip acababa de regresar de una dura misión. Varios compañeros suyos habían muerto a manos de un agente del Servicio Secreto Británico. Aquel hijo de perra se había hecho pasar por partidario de Napoleón. Se había ganado la confianza de varios compañeros de Philip. Y los había matado de manera atroz. 
                     Philip lo estuvo persiguiendo por toda España. Finalmente, dio con él. 
                    No dudó en matarlo ni un sólo instante. Después de eso, envió coordenadas falsas a los superiores de aquel tipo, indicándoles dónde iban a realizar los partidarios ingleses de Napoleón una entrega de armas. Se trataba de una trampa y algunos espías ingleses cayeron en una emboscada. No sobrevivió ninguno de ellos. 
-¡Ana, amor mío!-exclamó Philip feliz-¡Por fin! ¡Por fin he vuelto! ¡Estoy aquí!
                     Siro se acercó a él para saludarle. Movió la cola contento. 
-¡Hola, Siro!-le saludó Philip. Se agachó. Le acarició el lomo-¿Cómo estás, amigo? ¿Estás contento de verme? ¿Has cuidado bien de Ana?
                    El dálmata volvió a ladrar. 
-No hagas mucho ruido-le recomendó Philip-Escúchame. Nadie, excepto Ana y tú, deben saber que estoy aquí. ¿Entendido? Estás mucho más gordo que cuando me fui-Le rascó detrás de la oreja-Los cocineros te tratan como a un Rey-Se rió. 
-Sí...-intervino Ana-Es muy buen perro. 
-Te lo regalé yo-le recordó Philip. 
                    Los dos enamorados se fundieron en un fuerte abrazo. Philip llenó de besos el rostro de Ana. Los dos acabaron fundiéndose en un beso apasionado y cálido. 
                      Siro había sido testigo fiel de los besos dados por los dos enamorados en el jardín trasero de la casa de los condes. 
                       Se amaban. Más allá de la guerra...De todo...
                       Cayeron sobre el suelo de la cocina. 
                       Sus manos buscaron la piel del otro bajo la ropa. No les importaba nada. 
                       Se abrazaron. Se besaron. Se acariciaron mutuamente. 
                      Se besaron muchas veces con fuerza. Se abrazaron muchas veces con intensidad. 
                      Siro no entendía nada. Se retiró a un rincón a seguir cenando. Estaba contento porque veía a su ama contenta. Miraba, de vez en cuando, hacia la puerta. Si alguien entraba en la cocina en aquel momento, se lo impediría. 
                     Ana se dejó llevar por lo que le dictaba su corazón. Se abandonó a los brazos de Philip. Él llenó de besos su hermoso rostro, el rostro de su amada. Mordisqueó el lóbulo de su oreja. La besó varias veces en el cuello. Los dos se habían quedado medio desnudos. Llenó de besos sus hombros. No podía parar de acariciarla bajo la ropa. 
                       Ana tocó el cuerpo de Philip por todas partes. 
                        Siro no entendía el porqué se chupaban mutuamente sus amos. 
                       Sólo sabía que los dos se amaban. Terminó de dar cuenta de su cena de Nochebuena. Estaba lleno. La cena había sido exquisita. Se retiró a su rincón de la cocina. Dormía allí. Hoy, pensó Siro, es una noche de felicidad. 

                       Al día siguiente, la doncella de Ana dio la voz de alarma. 
-¡La señorita Ana no está!-chilló. 
                       Sara fue al encuentro de la doncella. 
-¿Qué estás diciendo?-le preguntó. 
                      La doncella le tendió a Sara un papel. 
                     La mano de la joven tembló. Se trataba de una carta de Ana. En ella, su prima le contaba lo que había hecho. Se marchaba con Philip. Sara no estaba sorprendida para nada. 
                     En el fondo, hacía tiempo que se lo esperaba. Suspiró con gesto resignado. 
                     Sé feliz, prima, pensó. 


                     Sus tíos no debían de saber nada, pensó Sara. No lo entenderían. Y a ella le había costado trabajo entender a Ana. 
                     Pero su prima se había enamorado. Merecía ser feliz. Todo lo feliz que no pudo ser Carmen en vida. 

FIN

jueves, 5 de junio de 2014

EL FRANCÉS

Hola a todos.
Hoy, subo el último pedazo de mi relato El francés. 
Mañana, si puedo, subiré el último trozo que será el desenlace.
Vamos a ver lo que ocurre entre Ana y Philip hoy.

                        La tragedia la persiguió siempre. Se enamoró de quien no debía.
            Ana Palacios era la clase de chica que pasaba desapercibida. No tenía ninguna oportunidad. No si se la comparaba con su hermana mayor, Carmen.
            La desgracia de Carmen fue casarse con un apuesto soldado español, Francisco de Carrión, el marqués de Cerezo. El matrimonio, por desgracia, duró relativamente poco. Carmen perdió el hijo que esperaba cuando se enteró de la muerte de su marido en combate. Durante días, Carmen estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte. 
            El único consuelo de Ana era saber que Carmen estaba viva. La guerra estaba desangrando poco a poco el país y Ana tenía miedo, no sólo por su hermana. También tenía miedo por su familia. Carmen pasaba mucho tiempo encerrada en su habitación.
-Él nunca me quiso-le confesó una tarde Ana cuando entró a verla.
            Carmen estaba recostada sobre los almohadones de su cama. Su cabello largo y castaño estaba suelto y había perdido todo su brillo.
-No pienses ahora en Francisco, hermana-le pidió Ana, sentándose a su lado en una silla colocada junto a su cama.
            Carmen tenía los ojos secos. Había perdido todo el brillo de su mirada. Ana recordó el día en el que ayudó a su hermana mayor a ponerse su vestido de novia. Parecía que habían transcurrido siglos desde aquel día. Cuando Carmen y Francisco se casaron en la Iglesia de San Roque, en Alumbres.
-Pudimos haber sido muy felices-se lamentó Carmen.
            Ana elevó la vista al techo de la habitación.
            Su hermana se había casado muy enamorada con Francisco. Pero el marqués no pudo o no supo corresponder al amor que le profesaba Carmen.
            Ana y Carmen eran las dos únicas hijas de un terrateniente venido a menos que vivía en la pedanía de Roche. En ocasiones, Ana lograba sacar a Carmen de su encierro. La llevaba a dar un paseo por la pedanía. Carmen parecía un fantasma. Nadie podía reconocer en aquella joven pálida y delgada a la belleza que había sido hasta la muerte de don Francisco.
            Ana medía un metro cincuenta. Era muy bajita. Su cabello era de color castaño ligeramente ondulado. Solía llevarlo recogido en un moño que pretendía ser de estilo griego. Sin embargo, el moño amenazaba con soltársele a cada paso que daba. Su doncella personal, uno de los pocos criados que aún conservaban los Palacios, se quejaba.
-Tenéis un cabello muy rebelde, señorita-le decía-Deberíais de quedaros quieta. Pero es que ni aún así se quedaría el moño en su sitio. Me canso de tener que recogérselo.
            Los ojos de Ana eran de color verde musgo y tenían una forma almendrada. Su nariz era pequeña y puntiaguda. Según los dictados de la moda. Su boca era llena. Solía hablar de forma atropellada cuando alguien le preguntaba cuando, en realidad, lo que quería era esconderse. Le daba vergüenza hablar con la gente. Era muy delgada. No poseía las curvas exuberantes de Carmen.
            La tranquilidad de Roche se había quebrado cuando las tropas inglesas aparecieron en el lugar. Venían a ayudar a los lugareños a luchar contra los franceses. Un médico era el cabecilla del grupo. Ana no quería saber nada de la guerra.

            Los vecinos de Roche se sintieron sobrecogidos cuando escucharon la noticia de la muerte de Carmen.
            El cuerpo de la joven apareció un amanecer en el interior del Pozo Concejil.
-¡Una zagala se ha caído al pozo!-chilló un pastor.
            Todos los vecinos fueron corriendo a ver lo que pasaba. Y vieron a una joven en el interior del pozo. Había sangre a su alrededor.
-¡Es la Carmen!-exclamaron todos.
            El señor Palacios se desmayó al conocer la noticia de la muerte de su hija.
            Tenía a su hija Ana guardando reposo en la cama. La joven llevaba algunos días congestionada.
            No había tenido fiebre. Pero el doctor Piscardi la visitó.
-Deberías de descansar un poco-le recomendó-Tu padre y tu hermana te necesitan fuerte y sana.
-Así lo haré, doctor-le aseguró Ana.
            Pasaba todo el día sonándose la nariz y la tenía de un terrible color rojo.
            Carmen parecía estar como ida. En los últimos días, Ana la sentía rara.
            Iba a visitarla. Pero apenas articulaba palabra. Ana intentó hablar con ella. Pero Carmen prefería no contarle nada. El miedo se apoderó de Ana aquel día. Antes de conocer la noticia del suicidio de Carmen.
            Tenía el horrible presentimiento de que algo horrible le había pasado a Carmen. Y sus temores le fueron confirmados a los pocos días. Una criada a la que Ana interrogó tras una encerrona en su cuarto se lo contó.
-Señorita…-titubeó-Su hermana ha muerto. Se ha tirado al Pozo. Un vecino intentó sujetarla. Pero ella se soltó.
            Ana se desmayó al escuchar la noticia. Cuando despertó, sufrió un ataque de nervios.
            Quería saber lo que le había pasado a su hermana. Quería ir a Roche. Quería velar su cadáver. El médico no se lo permitió. Le dijo que debía de guardar reposo.
-¡Mi hermana ha muerto!-bramó Ana-¡Quiero verla muerta! ¡Necesito velar su cadáver!
            Ana se atormentaba pensando en lo que estaría haciendo su hermana en el Pozo Concejil. ¿Cómo había acabado Carmen allí dentro? Se habría caído. Tal vez…Ana se asustó de sólo pensarlo.
            Pero descartó la idea enseguida.
            Carmen no tenía enemigos. Acostada en su cama, Ana divagaba.
            ¿Qué le había pasado a Carmen? Los criados comentaban entre sí. Se decían los unos a los otros que la joven señorita Palacios se había tirado ella sola al Pozo. Quería acabar con su vida. Hablaban de que padecía mal de amores.

-No lo entiendo-se lamentó Ana.
            Acudió con sus padres al cementerio de Cartagena. Carmen había sido enterrada allí. Un sabor amargo subió por la garganta de Ana. La espantosa sensación de que debía de convivir sabiendo que Carmen se había quitado la vida.
-Cuando un ser querido muere, uno se replantea muchas cosas-se lamentó el señor Palacios-Recuerdas todo lo que has hecho mal.
            Ana no miró a su padre. Tenía la mirada fija sobre la cruz de madera que identificaba la tumba de Carmen.
-Tu hermana hizo mal-dijo el señor Palacios.
-Siento cuando salgo a la calle las miradas de todos los vecinos-contó Ana-Me dicen que soy la hermana de una suicida. Me recuerdan, aún cuando no me lo dicen, lo que ha hecho Carmen.
-Se enamoró de un soldado español. De un patriota…Lamentablemente, a pesar de todo, no fue correspondida.
            Un nudo se formó en la garganta de Ana. A pesar de que llevaba puesta su capa sobre los hombros, tenía frío. Su madre la abrazó con cariño.
-Y yo estoy enamorada de un afrancesado-dijo Ana con firmeza.
-No pienses en eso ahora-le pidió su madre.
-Por lo menos, soy correspondida.
-Por desgracia…Y ni tu padre ni yo podemos hacer nada para impedirlo. Tan sólo, debemos rezar para que seas feliz.
            Ana miró agradecida a su madre. Era la primera vez, desde hacía mucho tiempo, que se sentía apoyada.
-Vendrá a buscarme-afirmó Ana.
-Y te irás con él-suspiró el señor Palacios.
-No podremos hacer nada para impedirlo-se lamentó la señora Palacios.
            Ana logró esbozar una sonrisa trémula. Su madre le acarició la cara con la mano.
            Por lo menos, pensó con cansancio, una de sus hijas lograría ser feliz. No podía hacer nada por Carmen. Pero sí podía hacer algo por Ana. Podía rezar por Carmen. Pero también podía rezar por Ana. Su hija menor merecía ser feliz.

              El padre de Ana tenía cierta cantidad de dinero. Pero no eran ricos. Su yerno Francisco sí era rico. De hecho, el propio Francisco había contribuido a aumentar con su donación la dote de Ana.
               Pero jamás le arrebató la virtud a Ana.
            Ana creyó morir de dolor. ¡Philip la había abandonado! ¡Eso no podía ser! ¡Él le había jurado que se casaría con ella!
             Por desgracia, la guerra estaba a punto de concluir. Philip había ascendido al grado de teniente.             Debía de regresar a su país. 
EXTRACTO DEL DIARIO DE LA SEÑORITA ANA PALACIOS:

            Estoy enferma. Y no me quiero morir sin haber escrito esta carta.
            He sacado fuerzas para escribir de dónde no las tengo.
            Me duele todo el cuerpo. La cabeza me da vueltas. Se me nubla la vista. Las manos me tiemblan.
            Pero tengo que escribir. Pronto, estaré ante Dios. Y tengo que confesarme para poder rendir cuentas ante Él. He cometido muchos pecados.
            Me enamoré de un hombre que jamás me amó.

            A mí me perdió un sinvergüenza. Sus besos fueron los que me perdieron. Aunque doy gracias a Dios porque no le entregué mi virtud. ¿Quería eso de mí? ¿Mi virginidad? Ya no sé qué pensar.

                  Ana no murió de amor. Cuando mejoró un poco, recibió una noticia que llamó mucho su atención. Su prima Sara se iba a ir a vivir con ella y con sus padres. Había quedado huérfana. Necesitaba un sitio donde quedarse. En opinión del señor Palacios, una joven de buena familia no podía vivir sola porque la gente pensaría lo peor de ella.
                   Ana aceptó. Sara llegó al cabo de unos días. Era oriunda del caserío de Los Huertas de Roche. Había pasado algún tiempo desde la última vez que vio a sus primas. Le apenó enterarse de la muerte de Carmen. De las dos primas que tenía, era con la que mejor se llevaba. Se visitaban de manera frecuente. Pero el inicio de la guerra hizo disminuir las visitas.
                   Ana se asustó cuando vio entrar a Sara. Parecía un fantasma. Iba completamente vestida de luto. 
-Te agradezco lo que mis tíos y tú vais a hacer por mí-dijo Sara-Me he quedado sola. Y necesito estar acompañada de gente. 
                Ana la siguió a su habitación. Una criada se encargó de ayudar a Sara a deshacer las maletas. 
-¿Echas de menos a Carmen?-le preguntó Sara a su prima a bocajarro mientras sacaba una falda de una de las maletas. 
-Era mi única hermana-respondió Ana-Nunca la olvidaré. 
-Yo espero que te sientas mejor ahora que estoy contigo. Puedes contarme lo que quieras. Yo te escucharé. Te tengo mucho cariño, Anita. 

                      Finalmente, Ana se decidió a sincerarse con Sara. 
                      Ocurrió un domingo. Las dos primas acudieron a Misa a la Ermita de la pedanía. La señora Palacios no pudo acudir porque se encontraba enferma. El señor Palacios decidió quedarse a cuidarla. 
                     Ana y Sara salieron juntas de la Ermita. 
                    Ana siempre tuvo la sensación de que Carmen estaba al tanto de su relación con Philip. Nunca habló abiertamente con su hermana de aquel asunto. 
                     Pero tuvo la sensación de que Carmen lo sabía. 
-Tengo que contarte una cosa-se decidió Ana-Y te ruego que no me juzgues. 
-Nunca te juzgaría-le aseguró Sara-¿De qué se trata? 
-Tiene que ver conmigo. Me he enamorado. 
-¡Pero eso es maravilloso! 
                    Sara sólo había estado enamorada una vez en su vida. Se trataba de un apuesto soldado inglés que estuvo de paso por Los Huertas de Roche. Fue el único hombre que la había besado. No pasó darle unos cuantos besos. 
                     Pero el soldado abandonó el caserío junto con su guarnición. Sara tuvo que reconocer que el paso de la guarnición inglesa había dejado el caserío casi arrasado. 
                    Sara escuchó a Ana hablar. Y supo la verdad. 
-Mi perro Siro es el único regalo que me ha hecho-concluyó Ana. 
-¿Te has enamorado de un francés?-se escandalizó Sara.
-Lo amo más que a mi vida, prima. 
-¿Te has vuelto loca? ¿Has olvidado que los franceses son nuestros enemigos? 
-Son personas. Igual que nosotros...
                    Sara no podía seguir escuchándola. 
                   No iba a contarle nada a su tío. El pobre hombre estaba sufriendo mucho tras el suicidio de Carmen. 
                   Tampoco el contaría nada a su tía. 
                   Pero tenía que hacer entrar en razón a Ana. 
-Demos gracias a Dios-afirmó Sara-Por lo menos, sigues siendo virgen. 
-No sé si volveré a verle-suspiró Ana. 

                   Philip viajaba a lomos de un caballo. Estaba a punto de desmayarse. 
                   El caballo iba agotado. Todavía le quedaba un largo viaje por delante. 
                    Se dirigía a Roche. Iba a buscar a Ana. No pensaba abandonar la pedanía sin ella. Se la llevaría lejos. Regresaría a Francia. A su querida Marsella...Pero Ana volvería como esposa suya. No podía vivir sin ella. 
                    De noche, era una pesadilla. 
                    Sentía sobre sus labios los labios de Ana. 
                   Le quedaba un largo trayecto para llegar a Roche. 

miércoles, 4 de junio de 2014

EL FRANCÉS

Hola a todos.
Hoy, subo la segunda parte de mi relato El francés. 
¡Vamos a ver lo que pasa!

                         Se celebraba la boda entre la señorita Carmen Palacios y su prometido, el oficial del Ejército Español el honorable Francisco de Carrión.
            La joven estaba nerviosa. Con su boda, se convertía en la marquesa de Cerezo. Uno de los títulos más importantes de todo el país…Debía de estar contenta.
            Su doncella la ayudó a vestirse de novia. Carmen no paraba de temblar. Se dejó vestir por su doncella.
-Va a dejar al marqués sin habla, señorita-le aseguró.
            Ésta no paraba de parlotear.
-Va a ser usted la novia más guapa de toda la comarca-le auguró-Y va a ser una maravillosa condesa.
            Carmen no la escuchaba. No quería escucharla.
-Sonría, señorita-la instó su doncella.
                Carmen esbozó una sonrisa trémula. No tenía ganas más que de echarse a llorar. 

                    La boda se celebró en la Iglesia de San Roque, en Alumbres. A petición de Francisco, el banquete de bodas se celebró en Portmán. Poseía una hacienda en las afueras de la pedanía. En los últimos meses, la familia Palacios había pasado días enteros allí.
            Ana y Carmen dormían juntas en la misma habitación.
            Había que preservar la virtud de Carmen hasta su noche de bodas.
            Mil veces, Ana pensó en confesarle a su hermana que se había enamorado de un soldado francés.
            Pero guardó silencio. Sabía que aquella confesión indignaría a Carmen. 
            La hermana menor de Carmen, la señorita Ana Palacios, sujetaba una copa de champán en su mano. Contemplaba cómo su hermana se relacionaba con todos los invitados. El baile estaba a punto de empezar. Carmen estaba convencida de que su boda con Francisco era por amor.
            Lo cierto era que Carmen estaba bellísima con su vestido blanco de novia.
            Ana era una joven de dieciocho años recién cumplidos. Era apenas cuatro años menor que Carmen quien tenía veintidós años. En una conversación en un aparte, después de la boda, Carmen le había confesado a Ana que no estaba enamorada de Francisco. Se casaba con él porque no quería quedarse soltera.
            Ana no veía la hora de escaquearse del salón. El baile empezó. Contempló cómo su recién estrenado cuñado Francisco cogía la mano de Carmen y la llevaba al centro de la pista de baile, en el salón. Le rodeaba la cintura con el brazo y empezaban a bailar. No se le escapó a Ana lo tensa que estaba Carmen.
            Se reunieron numerosas parejas en la improvisada pista de baile.
            Aprovechando aquel momento, Ana logró dirigirse a la cocina sin ser vista. Salió por la puerta de la cocina. Y empezó a caminar.
            Desde hacía algunos meses, Ana estaba viviendo con intensidad la llegada de su primer amor. Sin embargo, aquel primer amor era el secreto que guardaba con más celo.
            La joven se había enamorado de un francés.
            Los meses que habían pasado habían sido los más intensos en la vida de Ana. No sólo porque se habían llevado a cabo los preparativos para la boda de Carmen.
            También fue porque volvió a encontrarse con Philip. Había regresado a la comarca. Pero su encuentro con Ana fue casual. Ella había salido a dar un paseo por la playa. Y volvió a verle.
Era natural de Marsella. Y también era un entusiasta de la causa napoleónica. Se encontraba en España en misión de espionaje. Y buscaba refugio en Portmán mientras huía de un espía inglés. Se había hecho pasar por traidor. Había matado a su compañero. Philip había logrado acabar con él. Pero había sido herido de gravedad en el hombro.
            Fue Ana quien lo encontró malherido en la playa. Philip nunca supo cómo pudo llegar en barca hasta allí. Sólo sabía que debía de ponerse a salvo. Tenía un mensaje importante que hacer llegar a su superior.
            Pero no podía moverse. Ana le llevó hasta una choza en ruinas. Lo mantuvo allí escondido durante semanas. Fue ella quien le hizo un torniquete que detuvo el flujo de la sangre que no paraba de manar de su herida.
            Philip y Ana se contaron todo lo que había ocurrido durante el tiempo que estuvieron separados. Ana aprovechaba el caos que había en su casa con motivo de la boda de Carmen para escaquearse y encontrarse con Philip. Tuvo la sensación de que él no se había ido. Que siempre había permanecido a su lado.
            Sabía que era francés. Pero hablaba el español de manera fluida. Pasaban largos ratos hablando. Ana supo que el padre de Philip había muerto a manos de un traidor que se había vendido al Ejército de Wellington. Descubrió la otra cara de la guerra. A salvo en Roche, Ana nunca pensó en la gente que moría en el frente. En los pueblos arrasados…En que su propio Ejército, al que pertenecía su cuñado, podía cometer las mismas atrocidades que cometía el Ejército francés.
            Pensó que todos los Ejércitos eran iguales. Todos buscaban su propio beneficio. Todos hacían los mismos males.
            Y estaba harta de todo.
            Philip se dio cuenta de que seguía prendado de Ana. Aquella relación no podía avanzar. Estaba condenada al fracaso. Pero no podía dejar a Ana. No se sentía capaz de renunciar a ella.  
            Había estado casado tiempo atrás. Pero su esposa Lara había fallecido en sus brazos. Perdió el niño que esperaba.
            Philip fue el primer hombre que besó a Ana. Se enamoró de ella.
            Cuando abrió los ojos después de caer desmayado en la playa, la vio a ella. Con su largo cabello de color castaño…Con sus ojos de color verde musgo, como el cielo de Marsella. Con su figura alta y esbelta…Con aquel rostro hermoso…Parecía un ángel. La reconoció.
            Reconoció a Ana. A su Ana…
            Siguieron otros besos, cada vez más apasionados.
            Pero Philip se había ido. Había tenido que abandonar Portmán para ir al encuentro con su superior. Ana necesitaba salir a dar un paseo. Tenía que despejarse. Philip podía no regresar nunca. Se soltó el moño con el que había recogido su castaño cabello.
            Hacía una noche preciosa. Las estrellas brillaban en lo alto del cielo. Ni una sola nube lo cubría. La Luna estaba en el cuarto creciente. Se podía ver bien por dónde se caminaba.
            Ana llegó hasta la playa. Todo el mar se extendía ante ella. Pensó en que Carmen había cometido un terrible error. Se había casado con Francisco sin estar enamorada de él.
-¡Ana!-escuchó cómo alguien la llamaba.
            Al principio, Ana pensó que se trataba de Carmen. Su hermana estaba muy nerviosa y no la culpaba. Nadie podía casarse sin amor. Pero Carmen había hecho precisamente eso.
            Y ella estaba esperando el regreso de Philip. Intentaba disimular sus nervios. Pero no podía.
-¡Ana!-volvió a escuchar.
            Se giró.
-¿Philip?-inquirió.
            Su cabello estaba revuelto. Pero había alegría en el rostro del joven. Sonreía radiante al ver a Ana. Cuando la joven se quiso dar cuenta, la boca de Philip se apoderó de sus labios.
-¡Has vuelto!-logró decir cuando se separaron tras un largo beso-¡Estás de nuevo aquí!
            Las olas del mar mojaron los pantalones de Philip y el vestido de Ana. Los dos se abrazaron con fuerza, ajenos a todo. Ajenos al mundo en el que vivían.
            Se susurraron numerosas palabras de amor. Ana lloraba de alegría. Philip llenó de besos su cara. La espera había llegado a su fin. Estaban de nuevo juntos. Pero sería algo temporal. Nadie sabía nada de aquella relación.
            Sin embargo, Philip tenía otros planes. No pensaba abandonar Portmán sin llevarse consigo a Ana. Era una locura.
            Al verla en la orilla de la playa, tomó aquella decisión. Era española y él era francés.
-Ven conmigo-le pidió-Vámonos.
            Ana pensó que había escuchado mal.
            Los días que había pasado sin saber nada de Philip habían sido los peores días de su vida. Había ido a la playa en la creencia de que, a lo mejor, le veía llegar. Y así había sido. No podía apartar la vista de aquellos ojos que la miraban con tanto amor.
-Carmen, mi hermana mayor, acaba de casarse-le contó.
-Y yo te estoy pidiendo que nos vayamos juntos-dijo Philip-Podemos ir a Alumbres a casarnos. Tiene muchas Iglesias. Yo puedo hablar con el párroco y conseguir que nos case. Soy católico. Estoy bautizado. Anne, no quiero irme de aquí sin ti. No podría volver a estar lejos de ti.
-¿Y dónde viviríamos?
-Donde tú quieras que vivamos.
-¿Conseguiste hablar con tu superior?
-Sí…Pude hablar con él. El Ejército Inglés ha sufrido una severa derrota. Hemos ganado una batalla. Pero…
-¡No me hables de la guerra! Te lo ruego.
            Visiones de Philip herido de muerte en el frente poblaban las pesadillas de Ana. Se despertaba en mitad de la noche. Un sudor frío cubría su cara.
            Carmen iba a ver lo que le pasaba porque Ana gritaba. La abrazaba.
            Pero la muchacha nunca le contó lo que le pasaba realmente. Carmen nunca aprobaría su relación con un francés. Con el enemigo…
            Recordaba la conversación que mantuvo con Carmen en la sacristía. Francisco estaba rodeado de gente que le felicitaba. Al quedarse a solas en la sacristía con su hermana, Carmen rompió a llorar y se abrazó a Ana.
-¿Por qué estás llorando, hermana?-le preguntó la muchacha, atónita-¡Si deberías de estar contenta! Te has casado.
-¡Pero yo no estoy enamorada de Francisco! Era casarme con él o quedarme soltera. Tengo veintidós años, Ana. No puedo quedarme soltera porque tú no podrías casarte. Sería un estorbo.
-¡Cielo Santo!
            Ana secó con las manos las lágrimas que rodaban por el rostro de Carmen sin control.
-Vas a ser muy desdichada-observó.
-Francisco tampoco me ama-le confesó Carmen-Necesita una esposa que le dé hijos sanos y fuertes que sean varones. Y me escogió a mí.
            Ana escuchó sobrecogida la confesión que le hizo su hermana mayor. Recordó cómo Francisco había besado de una forma un tanto fría a Carmen en los labios cuando el sacerdote les declaró marido y mujer.
-Intentaré ser una buena esposa para Francisco, aunque en mi corazón sepa que no me ama-le prometió a Ana-Eso me tranquiliza porque este desamor es mutuo.
-Pero vas a ser muy desdichada-le recordó su hermana menor-¿Por qué no has hablado conmigo?
-Era mejor así. De verdad…Vamos. No quiero hacer esperar mucho a mi recién estrenado marido.
            La cercanía de Philip sacó a Ana de sus pensamientos.
-La única alegría que me da la vida es que has vuelto-afirmó la joven-¡Estás de nuevo conmigo! Y estás bien. ¡Estás vivo!
-Pensaba en ti en todo momento-le confesó Philip-Sabía que debía de volver a esta isla para verte. Para llevarte conmigo si ése es tu deseo.
 -Sí…
            Los dos volvieron a fundirse en un beso largo y cargado de pasión.

            Pero Philip tuvo que volver a irse.
            Antes de marcharse, le regaló un perro a Ana. Lo había encontrado abandonado en la calle.
            Era apenas un cachorro. Se lo regaló a Ana en el Monte de las Cenizas, durante uno de sus encuentros.
-Este cachorro cuidará de ti durante mi ausencia-le dijo-Te protegerá.
-¿Cuándo volverás?-quiso saber Ana.
            Pero, a lo mejor, Philip no volvía. Ana sentía el deseo de echarse a llorar.
            Philip llenó de besos el rostro de Ana.
-Volveré-le prometió.

 

martes, 3 de junio de 2014

EL FRANCÉS

Hola a todos.
Entre hoy, mañana y pasado, me gustaría subir este relato cargado de romanticismo que transcurre a caballo entre Roche y Portmán durante la Guerra de la Independencia.
Cuenta la historia de amor entre una joven española y un soldado francés.
Está dividido en tres partes para no ser pesado.
En realidad, se trata de una versión más extendida de un relato con el que participé para la Antología de Relatos Navideños que organizó el blog "Acompáñame". El relato original que escribí tenía tres páginas como mínimo de extensión y este nuevo relato tiene muchas más.
Espero que os guste.

                            Todo Roche conocía a las hermanas Palacios.
            Carmen era la mayor. Ana era la menor. Las dos eran muy diferentes. No sólo en el físico. También en el carácter. Pero nadie dudaba de que estaban muy unidas. 
                        Sin embargo, las vidas de las dos hermanas cambiaron. En cuestión de años, Ana se enamoraría. Vería a su hermana sufrir por culpa de su cuñado. Y acabaría tomando una decisión. El problema de Ana no fue la llegada del amor. El problema de Ana fue que se enamoró de quien no debía de enamorarse. Y lo hizo en el peor de los momentos. 
                        Con la llegada de la guerra napoleónica a España...Se enamoró de un soldado francés. 

                        Cuando los franceses empezaron a ocupar el territorio español, cuatro años antes, los españoles se rebelaron.
            En Madrid, los soldados franceses intentaron sacar al Infante Francisco.
            Toda la Familia Real había partido hacia el exilio. En Bayona, Francia.
            Ana Palacios, desde Roche, estaba preocupada. Podía estallar una guerra en cualquier momento.
            Su padre decía que los franceses habían engañado a la Familia Real. No querían invadir Portugal. La excusa de pasar por España para invadir Portugal no se la creía nadie. Pero el Rey Carlos IV y su hijo, el Príncipe Fernando, estaban siempre a la gresca. Las relaciones entre padre e hijo eran muy tensas. El Príncipe despreciaba al favorito de los Reyes, Manuel Godoy. De éste último corría el rumor de que era el amante de la Reina María Luisa. Y que el propio Infante Francisco era hijo suyo.
            Napoleón tenía el trabajo hecho.
            En Madrid, toda la población vio cómo querían sacar de la ciudad al pequeño Infante.
            Tanto su padre, el Rey Carlos IV, como su hermano mayor, el Príncipe Fernando, habían abdicado a favor de José Bonaparte. El hermano de Napoleón.
            Le habían nombrado Rey de España. Aquel hombre entró aboliendo la Inquisición. ¿Cómo se atrevía a privarles de sus juicios de brujas? ¿Cómo pretendía quitarles la alegría de ver morir a inocentes en la horca? Ya no se quemaba a la gente. De milagro, claro.
            Los españoles rechazaron al nuevo monarca. Abolir la censura. Quitar la Inquisición. ¡Sacrilegio! El pueblo de Madrid fue el primero en sublevarse. Le siguieron los demás pueblos.
            Y se levantaron en armas contra los invasores. La sublevación fue salvajemente reprimida. Sin embargo, otras localidades también se levantaron en armas contra los soldados franceses. Pretendían expulsarles. Recuperar su país y sus raíces. La guerra acabó extendiéndose por cada rincón de España.
            Se crearon Juntas de Defensa. Las Juntas se encontraban en casi todo el país. En Cartagena, se constituyó una Junta de Defensa que actuaba en toda la comarca. El señor Palacios, el padre de Ana, formaba parte de aquella Junta. No quería permanecer quieto.
            El señor Palacios era oriundo de la pequeña pedanía cartagenera de Roche. Era un modesto terrateniente. Tenía unas cuantas explotaciones para cultivar. Y poseía unas pocas cabezas de ganado. Había logrado casar bien a su hija mayor, Carmen. El problema era que no acababa de casar a su hija menor, Ana.
            Hacía ya dos años que se había creado una guerrilla en Roche. Labriegos… Pastores…Terratenientes…Todos se habían unido con un mismo fin. Expulsar a los franceses. Domingo Piscardi era el líder de la guerrilla. Era muy apreciado por sus vecinos. Era un sencillo labriego. Y hacía, además, las veces de médico.
-No salgas a la calle-le decía el señor Palacios a Ana.
            Los ingleses habían llegado hacía poco para ayudar a los vecinos. Pero el señor Palacios desconfiaba de ellos.
            La guerrilla hostigaba al enemigo. Hacía rondas para vigilar el funcionamiento de la pedanía. Los ingleses eran algo prepotentes. Miraban a los vecinos por encima del hombro. Parecían que se estaban riendo de ellos.
            Las cosechas eran defendidas por la guerrilla. Lo mismo que el ganado. No podían caer en las huestes francesas. Los miembros de la guerrilla eran admirados en toda la pedanía. Eran poco más que héroes. Estaban haciendo un bien por los vecinos. Protegerles de los soldados franceses.
            Y el más apreciado era el propio Piscardi.
            Los guerrilleros informaban todos los días a la Junta Cartagenera. Les comunicaban cuáles habían sido las acciones que habían llevado a cabo.
            Mientras, el señor Palacios estaba preocupado por su hija Ana. Pensaba en enviarla lejos de España. Por lo menos, hasta que terminara la guerra. Pero…¿Adónde podía ir ella? Parecía que todo el mundo estaba enfrentado con todo el mundo. Ningún lugar le parecía seguro para Ana.
            Lo malo era que Carmen estaba sumida en su propio pozo. Pasaba mucho tiempo encerrada en su habitación. Se negaba a levantarse de la cama. Ya no lloraba. Pero se estaba dejando marchitar. Y quedaba el problema de Ana. ¿Qué iban a hacer con ella?  
            Pero Ana se negó en redondo a abandonar Roche. Le aseguró a su padre que ella sabía defenderse de cualquier peligro. Decidió perfeccionar su puntería. El señor Palacios insistió en que sería mejor para ella que se marchara con Carmen lejos de allí. Por el bien de las dos…No sólo estarían a salvo. Además, ayudaría a Carmen a olvidar. Estarían las dos juntas y seguirían apoyándose. Pero Ana se mantuvo en sus trece.
            No quería dejar a su padre solo con su madre. Doña Francisca era una mujer de carácter tranquilo. No sabía pelear. Y se pasaba todo el día cuidando de Carmen. Si había que pelear, quería pelear a su lado. El señor Palacios, en el fondo, estaba orgulloso de tener una hija tan valiente.
            Y Ana era valiente.

            Regresaba del Pozo Concejil. Llevaba un cántaro de agua en la mano cuando tuvo que apartarse.
            Odiaba estar en guerra. Por las noches, sufría pesadillas. Se despertaba dando gritos.
            Sólo la animaba estar pendiente de la próxima boda de su hermana Carmen.
            La joven iba a casarse. Pero su boda debía de ser sencilla. No estaban los tiempos para tirar la casa por la ventana. Una modista de Roche se estaba encargando de arreglar el vestido de novia de la madre de Ana y Carmen. Ésta última quería lucir el vestido de novia de su madre el día de su boda. Aquel detalle emocionó a Ana.
Varios soldados pasaron cerca de ella. Eran soldados ingleses. Aquellos hombres parecían no sentir respeto alguno hacia el lugar en el que estaban. Ana se tambaleó.  Tropezó con una piedra y estuvo a punto de caer al suelo. El cántaro fue lo primero en caer. No pensó en el agua derramada ni en el cántaro roto. Pero, cuando estuvo a punto de caer ella, unas manos la sujetaron por los hombros y la evitaron verse en el suelo. Él la llevó hasta un aparte mientras los soldados ingleses se alejaban montados en sus caballos.
            El moño de Ana amenazó con soltarse. Varios mechones de pelo se le escaparon.
-¡Qué tonta soy!-se lamentó Ana-Gracias…Gracias, señor.
            Le alisó un poco las solapas de la guerrera.
            Aquel hombre era un soldado. En su presencia, Ana se sintió cohibida. Bajó la vista. Le parecía el hombre más apuesto que jamás había conocido. Ni siquiera su cuñado Francisco se le parecía. Sus ojos eran de un intenso color azul marino. Sus cejas eran pobladas y oscuras. Su cabello era de color negro como el azabache. Sus labios eran generosos. Le sonrió. Al hacerlo, mostró una hilera de dientes blancos y perfectos.
            Las mejillas de Ana se encendieron. No quería mirarle. Pero no puedo evitarlo.
            Se fijó en su cuerpo. Su cuerpo…
            Tragó saliva con nerviosismo. Debía de irse, pero no podía. Imaginó lo que sentiría al verse estrechada contra aquel cuerpo tan musculoso. Aquel hombre parecía divertirle la situación. A lo mejor, no entendía el español y, por eso, no le había dicho nada. Ana parecía haberse quedado clavada al suelo. ¿Así se sintió Carmen cuando conoció a Francisco?, se preguntó. Entonces, aquel soldado carraspeó y Ana se vio obligada a bajar de nuevo a La Tierra. Alzó la vista. No quería parecer una tonta delante de él.
            Habrá pensado que soy una tonta, pensó.
-No sabía por donde iba-se disculpó Ana-He roto el cántaro. ¡Oh, qué torpe! ¡Qué torpe soy! Yo…
            No sabía si debía de recoger los pedazos del cántaro. Estaba segura de que no tenían arreglo. Lo sintió mucho porque era un cántaro viejo. Se estaba portando de una manera un tanto pueril. Entonces, el hombre la miró con amabilidad. Incluso de una forma un tanto paternal. El agua mojaba la falda de Ana. Aquel hombre cogió la mano de la joven y depositó un beso formal en ella.
-Soy el teniente Lombard-se presentó en un perfecto español-Philip Lombard. A vuestro servicio. Señorita…
-An…-tartamudeó Ana-An…
-Supongo que vuestro nombre es Ana. ¿No es así? Es un nombre precioso. Ana…En francés se pronuncia Anne. Me gusta. Es hermoso. Tanto como vos, señorita.
            Las mejillas de la muchacha se tornaron de un rojo intenso. Al teniente Lombard le gustó.
-Me gustaría saber vuestro apellido-insistió el hombre-¿Me lo podríais decir?
            Ana debía de controlarse si no quería parecer una niña pequeña.
-Me llamo Ana, como vos habéis adivinado-contestó-Y mi apellido es Palacios. Ana Palacios Campos. Vivo en Roche y he nacido aquí. Vivo con mis padres. Tengo una hermana mayor que se llama Carmen. ¡Es muy hermosa! ¡Tendría que haberla visto! Todos los mozos de Roche la rondaban. Pero mi hermana se enamoró de un aristócrata, don Francisco. Se casó con él. Pero él falleció hace unos meses. Carmen enterró su corazón con él. 
            Se detuvo. Estaba hablando más de la cuenta.
            El teniente Lombard se ofreció a acompañarla a casa.
            Pero Ana se negó.
            Se alejó de él mientras le miraba de reojo. El hombre siguió a Ana hasta que la perdió de vista. Le había parecido una joven bastante interesante. Era tímida y encantadora. No le cabía la menor duda de que iban a volver a verse. Le había llamado la atención. Vestía de forma elegante. No era una campesina o una pastora. Sin duda, debía de ser de buena familia.
            Decidió que valía la pena conocerla mejor.
            Mientras tanto, Ana, de camino a su casa, se preguntó si volvería a ver al apuesto teniente Philip Lombard.
            Espero que sí, pensó.
La criada estaba impaciente. Se preguntaba dónde se había metido Ana. ¡Y con soldados franceses merodeando la zona!
-¿Se puede saber de dónde vienes?-le espetó cuando la vio entrar por la puerta de la cocina.
-Vengo del Pozo Concejil-contestó Ana.
             
            El mayor error que cometió Ana fue enamorarse perdidamente de aquel apuesto teniente francés. Aquel hombre se encontraba de paso en Roche. Antes o después, una vez acabada la campaña, volvería a su país natal. Y se casaría con alguna francesa. Pero eso Ana no lo sabía.
            Estaba segura de que Philip la amaba. Y que le pediría su mano a sus padres. Se casarían. Y viajarían juntos a España. Vivirían felices para siempre.
            Los viejos de Roche la recordaban como una joven sana y fuerte.
            Estaba viviendo su primer amor. Y el primer amor siempre marca. Ana había desdeñado a muchos pretendientes. Pero Philip era distinto. Lo veía diferente a los demás. A pesar de que era igual a los demás, puesto que sólo la perseguía por su belleza.
            Se veían a escondidas y se robaban besos.     
            Ana estaba cada vez más enamorada de aquel hombre.
            No se lo contó a su padre.
            El señor Palacios sentía cierta desconfianza hacia los ingleses. Les estaban ayudando a expulsar a los invasores. Pero el precio que debían de pagar se le antojaba demasiado alto. Se dedicaban a perseguir a las jóvenes del lugar. Ana no era ninguna excepción. Intentaba avisarla del peligro que corría. Pero su hija no le hacía demasiado caso.
            De sus dos hijas, Carmen siempre había sido la más sensata. En cambio, Ana era muy terca. Siempre tenía que salirse con la suya. No atendía nunca a razones. Sospechaba que algo raro le pasaba. La veía siempre de buen humor. Y solía salir sola. No quería llevar a su dama de compañía consigo. ¿Cómo podía pensar en salir sola con el peligro que había? ¡Estaban en guerra!

EXTRACTO DEL DIARIO DE LA SEÑORITA ANA PALACIOS

            Siempre he tenido el cabello castaño. Castaño oscuro…Suave... Y mis ojos son verdes. Y de forma almendrada. 
            Me parecía mucho a mi madre cuando ésta tenía mi edad.
            Incluso tenía su mismo carácter apasionado.
            Philip empezó a rondarme.
            Me daba cuenta de que había despertado su interés. Me sentía halagada y creí, ingenua de mí, que podía hacerle cambiar y que asentaría su carácter si estaba conmigo.
            Le espiaba mientras cazaba. Me hice a la idea de que me había enamorado de él.
            Él aparecía en el corral.
            Yo estaba dándole de comer a las gallinas. Me sobresaltaba.
-Buenos días, Anne-me saludaba.
            Siempre me llamaba Anne.
-Buenos días, señor-le respondía.
-Deberías de empezar a tutearme-me sugería.
            Me guiñaba un ojo y yo me ponía colorada.
            Empezó a robarme besos.
            La primera vez que me besó ni siquiera pensé en cruzarle la cara de un bofetón para hacerme respetar.
            Un día, acabamos subidos a la rama de un árbol. Yo iba descalza y él llevaba puestas sus botas.
-Tengo que decirte algo-me dijo Philip-Vas a creer que me quiero aprovechar de ti. Y eso no es cierto.
-¿De qué se trata?-inquirí.
-Siento por ti algo que nunca antes había sentido por otra mujer.
-Os ruego que no bromeéis con esas cosas.
-No estoy bromeando, Anne. Te estoy diciendo la verdad. Sé que no me crees. Conoces los rumores que circulan sobre mí. Y piensas que soy un monstruo. Pero no es verdad.
            En aquel momento, me besó y yo me olvidé de todo. Lo miré con ojos desorbitados, incapaz de creerme lo que estaba pasando.
-¿Nos volveremos a ver?-le pregunté.
-Siempre nos veremos-respondió Philip.
-Nos veremos aquí.
            Philip volvió a besarme. Hundí la cabeza en su pecho. Mi rostro reflejaba una dicha que nunca antes había sentido.
            Pero Philip se ha ido. Se ha ido y no sé cuándo va a volver.
            Me asusta la idea de que no lo vaya a volver a ver.
            No sé nada de él. No me escribe. Vivo con angustia permanente.
            He de disimular porque no quiero que Carmen sospeche nada.

 
                                   Todo lo que está pasando me asusta. No puedo estar enamorada de Philip. Intento recordar que es mi enemigo. Pero no puedo hacer eso. No es mi enemigo. Yo le amo. Le amo con todas mis fuerzas.