jueves, 29 de enero de 2015

UN AMOR SOÑADO

Hola a todos.
Aquí os traigo un nuevo fragmento de mi relato Un amor soñado. 
Esta vez, está centrado en el personaje de Ángel.
¡Vamos a ver lo que pasa!

                                Era la hora de la cena en la casa de Ángel. Vivía con sus padres y con su hermana menor, Julia, que tenía catorce años.
                                Dieron cuenta para cenar de un plato de arroz con conejo. Ángel no tenía hambre.
                                Tenía la mente puesta en Cristina. ¿Dónde estaba? Había intentado saber de ella a través de una de sus criadas. Pero lo único que sabía era que se había marchado a Calarreona en compañía de su prima Rafaela. ¿Por qué? ¿Por qué se había ido sin decirle nada?
                               No lo entendía. Y el no saber nada de Cristina le estaba matando por dentro. Su amada Cristina...¿Cuándo volvería a verla? A estar con ella.
-¡Está riquísimo el conejo!-exclamó Julia-¡Es delicioso! ¡Oh! ¡Por eso, es mi plato favorito! Arroz con carne de conejo...
                               Lo dijo nada más probarlo.
                               La madre de Ángel y Julia se llamaba María del Socorro. Tenía cuarenta y pocos años. Todavía era joven y guapa. Su marido, el padre de Ángel y Julia, se llamaba Germán. Tenía la misma edad que su mujer.
-¡Ángel!-le llamó la atención Germán a su hijo-¡Espabila! No sé qué tienes en la cabeza. En el fondo, lo sé. Pero me lo callo. Te pasas media vida mirando las musarañas. O lo que es peor. Pensando en esa muchacha. La señorita Rodríguez...
-No entiendo el porqué piensas lo peor de ella-replicó Ángel-Y te equivocas. Su tío era un verdadero derrochador. Pero también ayudó el hecho de que le arruinó su contable. Y malos amigos...Su hermana y su cuñado han cumplido con su deber. Se han ocupado de su hija. Cristina adora a su prima Rafaela. Es un verdadero ángel. Tiene dieciocho años. Se desvive por su prima. No la mira con desprecio.
-¡No puedes casarte con la señorita Rodríguez!-intervino Julia-¡Es la sobrina de un derrochador! Tienes que casarte con Isidora. ¡Te está esperando!
-Esa joven sí que te conviene-apuntó María del Socorro-A mí me agrada.
-Madre, lo siento-se disculpó Ángel-Pero no puedo casarme con Isidora. Yo...
-¡Estás enamorado de la señorita Rodríguez!-le acusó Julia. No pensó en que la dote de Cristina era de las más elevadas que había en la comarca. Tan sólo pensaba en el derrochador don Ramón-¡Lo sabía! ¡Oh, Ángel! ¿Cómo puedes hacerle eso a Isidora? Ella te quiere.
-Pero yo no la quiero a ella-replicó Ángel.
-Tu hermano no se va a casar con la señorita Rodríguez-afirmó Germán-Lo siento. Y no sé si se casará con Isidora. Yo deseo que se case con ella. Su tío es un auténtico héroe. Ayudó a defender Cartagena durante el asedio de los franceses. Ha conocido en persona al Rey Fernando. Pero sé que tu madre tiene razón. Dime una cosa. ¿Qué está haciendo la señorita Rodríguez? Proteger a su prima.
-Padre, Cristina sólo se preocupa por la gente que más quiere-le contradijo Ángel-Y quiere muchísimo a su prima-La respeto por ello. La admiro. Y...La quiero.
-Pero ella se ha ido-insistió María del Socorro-Eso significa que sabe que nunca podrá ser feliz a tu lado. Hijo...Piensa que tú tampoco podrías ser feliz a su lado.
                    Ángel suspiró. Lo hizo con pesar. Sabía que su familia tenía razón. Él...Cristina...Jamás estarían juntos.
                      Se había ido de su lado.
                      Además, a lo mejor, ella no le había querido de verdad. ¿Por qué, si no, se había ido?

miércoles, 28 de enero de 2015

ELIMINADO MI RELATO "AMOR EN LA ISLA"

Hola a todos.
La entrada que os hago hoy es un anuncio.
Como ya os habréis dado cuenta, mi relato Amor en la isla ha desaparecido.
Mi idea es corregirlo y, luego, volver a subirlo cuando pueda. Si es que no me animo a publicarlo o a autopublicarlo.
Es una historia que siento que vale la pena apostar por ella.
Muchas gracias por todo y disculpad las molestias.

martes, 27 de enero de 2015

UN AMOR SOÑADO

Hola a todos.
El fragmento de hoy de Un amor soñado es algo más largo de lo habitual.
Mañana, no subiré ningún fragmento porque tengo que daros una noticia relacionada con mi relato Amor en la isla. 
Pasado mañana, continuaremos con la historia de amor entre Cristina y Ángel.

                                   Cristina y Rafaela compartían habitación desde que la segunda llegó a vivir con su padre.
                                  Por aquel entonces, el padre de Cristina todavía vivía. Sin embargo, un ataque al corazón acabó con su vida de manera fulminante al cabo de algún tiempo.
                                 Rafaela encendió la lámpara de aceite de la mesilla de noche.
                                 Era ya de madrugada y no podía conciliar el sueño. Le sorprendió ver a Cristina sentada en la cama mirando al vacío.
-Veo que tú tampoco puedes dormir-observó Rafaela.
                               Se levantó de su cama y se sentó al lado de Rafaela.
-Prima, tú nunca has estado enamorada-le recordó Cristina.
                               Por eso, no podía sincerarse con ella. Porque, posiblemente, Rafaela no lo entendería.
                               Entonces, empezó a hablar y Rafaela la miró con estupor.
-Espero que sea una broma porque, si es verdad, tenemos un problema-afirmó.
                                Por desgracia, no se trataba de ninguna broma. Rafaela pensó que Cristina se había vuelto loca.
                               Sin embargo, en lugar de echarle en cara su comportamiento, la abrazó con cariño.

                                Rafaela tuvo la idea de llevarse a Cristina fuera de la isla durante una temporada. La casa de su padre en Calarreona no había sido arrendada. De aquel modo, esperarían el desarrollo de los acontecimientos. No le contaron nada acerca de los motivos reales de su marcha ni a don Ramón ni a doña Clotilde. Rafaela contó que Cristina nunca había estado en Calarreona.
                              Además, echaba de menos su casa. Si no podía regresar allí sola, se llevaría a su prima con ella.
-¿Y qué dices tú, cariño?-le preguntó doña Clotilde a su hija, quién se había sentado a dar un concierto casero de arpa.
-Me parece una buena idea-respondió Cristina.
-¿Cuándo pensáis partir?-se interesó don Ramón.
-Dentro de unos días, padre-contestó Rafaela.
                             Cristina trató de centrarse en la pieza que quería interpretar con el arpa. Pero estaba asustada ante la idea de dejar de ver a Ángel durante una temporada.



                            El viejo lavadero de esparto estaba de nuevo en funcionamiento.
                            Cuando Cristina y Rafaela fueron hasta allí paseando, se sorprendieron al ver gente trabajando allí.
                            Cristina, que iba cogida del brazo de su prima, se ruborizó al recordar los encuentros vividos con Ángel en aquel lugar.
-¿Cuánto tiempo he de pasar fuera de casa?-le preguntó a Rafaela-Me gustaría volver lo antes posible. Además, no entiendo el porqué he de viajar contigo a Calarreona.
-Regresaremos en cuánto veamos que tú no te has quedado encinta-respondió la joven.
-¿Qué estás diciendo?
-¡Por favor, Cris! ¡No me digas que no sabes que de lo que has hecho tú con ese joven pueden nacer niños! -¿Y qué pasará si resulta que estoy esperando un hijo? ¿Es que pretendes que aborte?
-Ya veremos lo que pasa.
                             Aquella noche, cuando Cristina se escabulló de casa, fue al encuentro con Ángel.
                             Se vieron en la playa.
                            Cristina no le quiso contar nada.
                            Pero los besos que le brindó a Ángel mientras se amaban sobre la arena de la playa tuvieron el sabor de la despedida.  

lunes, 26 de enero de 2015

UN AMOR SOÑADO

Hola a todos.
El fragmento de hoy de Un amor soñado es bastante cortito.
Aún así, deseo de corazón que os guste.

                               Rafaela sospechaba que algo raro le ocurría a Cristina.
                               Intentó hablar con ella en varias ocasiones.
                               Pero Cristina no sabía qué decir. No se atrevía a hablar de Ángel con Rafaela.
                               Había llegado el otoño. Las temperaturas habían bajado. La chimenea del salón siempre estaba encendida. Cristina escuchaba el sonido de las olas sentada en su sillón favorito.
-¿Por qué no me cuentas lo que te pasa?-le preguntaba Rafaela a Cristina.
-Todo está bien-respondía la joven.
                            Cristina era feliz cuando se encontraba con Ángel. Era consciente de que estaba jugando con fuego.
                            Podía terminar mal. ¿Y si alguien descubría la clase de relación que mantenía con él? Acabaría en un convento. Ya no era virgen.
                           Ningún caballero decente querría casarse con ella.
                           Era feliz cuando estaba con Ángel.
                           Se olvidaba de todo recibiendo los besos que le daba Ángel. Sintiendo sobre su piel las caricias que le brindaban sus manos. Sus labios...
                           Viendo el deleite que aparecía en los ojos de Ángel. Su cara al mirarla.
                            Su lengua lamiendo cada centímetro de su piel.
                            Entonces, Cristina pensaba que todo estaba bien. Que estaba haciendo lo que quería.
                           Y lo sentía con más fuerza cuando Ángel la estrechaba entre sus brazos para hacerla suya.
                            Cuando, después del amor, Cristina apoyaba la cabeza sobre el pecho de Ángel para escuchar los latidos de su corazón.

domingo, 25 de enero de 2015

UN AMOR SOÑADO

Hola a todos.
Seguimos siendo testigos de la historia de amor entre Cristina y Ángel.
¡Vamos a ver lo que pasa!

                               Los días pasaron de manera tranquila. Cristina prefería mantener en secreto su romance con Ángel. Tenía la sensación de estar viviendo su propia novela sentimental. En el salón de su casa, Cristina estaba sentada en el alfeizar del ventanal. Contemplaba cómo la lluvia golpeaba los cristales del ventanal. No podía salir de casa aquel día.
                               Oía la conversación que su madre, su tío y su prima Rafaela estaban manteniendo.
                               Ángel le había vuelto a escribir una carta. La había recibido aquella misma mañana. Era una carta cargada de sentimiento. Donde le hablaba de manera abierta de lo que sentía por ella.
-¡Niña!-la llamó su tío Ramón.
-¿Qué haces ahí?-le preguntó doña Clotilde.
-Estaba viendo cómo cae la lluvia-respondió Cristina.
-¡Vente aquí con nosotros!-la animó Rafaela.

                                 Ángel y Cristina se encontraron al día siguiente. Se vieron en el viejo lavadero de esparto. Era un atardecer. Las barcas de los pescadores regresaban ya a la isla y a la playa de Águilas. Las mujeres que estaban en la playa cosiendo redes se pusieron de pie para recibir a los hombres. Cristina sentía cómo su corazón latía a gran velocidad dentro de su pecho. Le parecía que todo lo que estaba viviendo no era real.
-Sigo pensando que esto es una locura-admitió Cristina-No me puedo creer lo que estoy haciendo. En mi casa, nadie sabe nada. Rafaela es mi prima y todavía no lo sabe. No creo que nadie lo entienda. ¿Qué está pasando?
                             Ángel la besó con ternura.
-La vida está hecha para vivir intensamente-le aseguró-Para hacer locuras. ¿No te gusta hacer locuras?
-Nunca he hecho locuras-contestó Cristina-Soy una dama.
-¿Piensas que no soy un caballero?
                           Cayeron sobre la arena mientras se besaban de manera ardiente. Las caricias que se prodigaron hablaron por ellos. Unieron sus cuerpos formando un solo ser.
                            Los abrazos que se dieron. Los besos que se prodigaron. El sabor de la piel del uno en los labios del otro.
                             Tenía que ser amor.



                              Cristina fue la primera que se puso de pie y empezó a vestirse.
-Tengo miedo de sufrir las consecuencias de lo que hacemos-se sinceró la joven-Miedo de que tú estés jugando conmigo.

sábado, 24 de enero de 2015

UN AMOR SOÑADO

Hola a todos.
Aquí os traigo un nuevo fragmento de mi relato Un amor soñado. 
¡Vamos a ver lo que pasa!

                                Una vez, desde la ventana de su habitación, Cristina vio un delfín. Rafaela estaba con ella.
                                Decía que se le hacía raro ver delfines en aquel lugar. Cristina había oído que los delfines eran animales inteligentes.
                               Quizás, eso era falso. Sólo le vio aparecer y desaparecer de un formidable salto. Surgió ante sus ojos elevándose al cielo. Y, luego, desapareció bajo el fondo del mar. Los pescadores decían que solían verlos mientras faenaban. Quizás, eso era cierto.
-¡Ha sido impresionante!-exclamó Rafaela.
-Es un animal curioso-comentó Cristina.
                             Rafaela era oriunda de Calarreona. Hasta que su padre se quedó en la ruina, estuvo viviendo en una casita situada muy cerca de la playa.
                             No era lo mismo vivir con su tía Clotilde. A veces, tenía la sensación de ser una intrusa en aquella casa. La culpa no era de Cristina. Su prima se desvivía en hacerla sentir cómoda en aquel sitio.

-Has vuelto a equivocarte-observó don Ramón, dirigiéndose a su sobrina.
-No es común en ti equivocarte cuando tocas el arpa-comentó doña Clotilde-Estás distraída.
                           Cristina quiso interpretar una pieza con su arpa después de cenar. Sin embargo, le estaba costando mucho trabajo centrarse.
                           Había logrado escaquearse aquella tarde de su casa para ir a encontrarse con Ángel. Su corazón latía a gran velocidad mientras caminaba hacia el lugar donde se iban a ver. El viejo lavadero de esparto...Ángel ya estaba allí cuando Cristina llegó.
-Sabía que vendrías-afirmó Ángel cuando la joven se acercó a él.
                        No parecía estar seguro de lo que decía. Las dudas también le habían invadido mientras se dirigía al viejo lavadero de esparto. Sabía que lo que estaba haciendo no estaba bien.
-¿Por qué querías verme a solas?-le preguntó Cristina.
-No sé cómo empezar-respondió Ángel-Pero sí sé que jamás te haría daño.
                        Se estaban tuteando. ¡Tuteando!
                        Cristina se puso roja como la grana.
-No puedo quedarme aquí mucho tiempo-afirmó la chica.
-Me gustas mucho-se sinceró Ángel-Es algo más fuerte que eso.
                         Cristina se sintió nuevamente como la protagonista de una de las novelas sentimentales que Rafaela y ella solían leer. Le latía muy deprisa el corazón. Ángel era todo un caballero. Pero ella apenas le conocía.
-No sé qué decir-admitió Cristina.
-De momento, no digas nada-le pidió Ángel.
                         El joven se acercó a Cristina, quien empezó a temblar de manera violenta. Sus labios se posaron sobre los labios de la joven uniéndose en un beso cargado de intensidad.



                          Cristina no pudo conciliar el sueño aquella noche. No paraba de recordar lo ocurrido entre Ángel y ella en aquel viejo lavadero de esparto. Puede que se esté enamorando de mí, pensó con cierto regocijo.
                           Sin embargo, casi no le conocía. Poco sabía lo que él quería realmente de ella. Permaneció acostada en su cama mirando el techo.
                          Hasta Rafaela había advertido que su prima estaba rara. Sin embargo, no quiso preguntarle qué le ocurría.

                          Más adelante...
                          Serían amantes.
                          Cristina había oído lo que era la unión entre un hombre y una mujer.
                          Su madre se lo explicó a ella y a Rafaela una tarde.
                          Su prima quedó tan asustada al imaginar el dolor y la sangre que decidió que nunca se casaría. En cambio, Cristina sentía cierta curiosidad.
                           Por ese motivo, cuando acudía a encontrarse con Ángel en la playa, se dejaba llevar por lo que sentía por él.
                           Se entregaba a las caricias que le brindaba sin reservas. Le devolvía todos los besos que le daba. Y se sentía contenta cuando estaba abrazada por él.
                            ¿Amor? ¿Lo amaba realmente?

viernes, 23 de enero de 2015

UN AMOR SOÑADO

Hola a todos.
Retomo mi relato Un amor soñado. 
Mi intención es subirlo durante los próximos días. Lo bueno es que está terminado. Lo malo es que no quiero dejarlo por la mitad.
¡Vamos a ver qué ocurre entre Ángel y Cristina!

-Cris, te noto en Babia-observó la prima de Cristina, Rafaela-¿Se puede saber qué te pasa?
                           El tío de Cristina, hermano de su madre, llevaba algún tiempo viviendo con ellos.
                           El padre de Rafaela estaba en la ruina.
                           En ocasiones, Rafaela se sentía confundida. Quería mucho a su padre, pero no le perdonaba su mala cabeza. Por culpa de sus negocios ruinosos, habían terminado dependiendo de la caridad de sus tíos. Sin embargo, no podía odiar a su prima Cristina. Era como una hermana menor para ella. Las dos estaban dando un paseo por la orilla de la playa. De algún modo, Rafaela se olvidaba de los problemas económicos de su padre.
                       Y Cristina trataba de olvidar a Ángel. Él iba a visitarla con frecuencia.
                       ¿Acaso podía estar surgiendo una historia de amor entre ambos? Lo último que pretendía Cristina era enamorarse.
                        ¿Y si eso era lo que estaba ocurriendo? Rafaela nunca antes había estado enamorada. No podía entenderla.
-Viene a visitarme un joven caballero con frecuencia-contestó Cristina.
-El que te socorrió cuando te caíste y te torciste el tobillo-recordó Rafaela-Si te sirve de consuelo, ya no cojeas. Si te invita a pasear, podrás aceptar.
-Estoy empezando a sentir algo muy intenso por él.
-¿Te has enamorado?
-No lo sé.

                            Una esquela llegó a casa. Estaba dirigida a Cristina. Ángel había sido el que se la había escrito.
-¿Quién te ha escrito?-le preguntó doña Clotilde, su madre.
-No es nadie-respondió Cristina.
                          Toda la familia se encontraba en el salón.
                          Rafaela y Cristina intercambiaron una mirada cargada de significado. La mano de Cristina tembló. Ángel le había escrito aquella esquela. Quería verla.
                          Sin embargo, no era ningún secreto que su madre estaba buscándole marido. La idea de doña Clotilde era casar a su hija con algún hijo de algún socio en los exitosos negocios que había llevado a cabo su difunto esposo, el padre de Cristina. Ya se había fijado en un candidato.
                        Cristina subió a su habitación. Rafaela la siguió.
                        Se sentaron en la cama de Cristina. La joven parecía que iba a ponerse a hiperventilar de un momento a otro.
-Espero que no quiera verte a solas-aseveró Rafaela.
-Le gustaría verme a solas-confirmó Cristina.
-¡Por el amor de Dios! ¡Eso no me parece muy decente! Un hombre que quiere verse a solas con una mujer sólo busca una cosa de esa mujer. Llevarla a la ruina.
-Empiezas a hablar como madre.
                          Cristina conocía ya bien a Ángel. Sabía que él no intentaría hacerle nada. Pero era evidente que su prima no pensaba lo mismo.
-Ahora mismo le escribes una respuesta-decidió Rafaela-Le dices que lo agradeces. Pero que no puedes verte a solas con él porque no es decente.

                              Durante los días que siguieron, Ángel no acudió a visitar a Cristina.
                              Estuvo lloviendo durante esos días.
                              Las olas parecían elevarse por encima de la isla. Doña Clotilde se pasaba todo el rato rezando. Decía que la Virgen de La Caridad les protegería. Llovía con mucha fuerza. Hacía mucho viento.
-Podemos morir en cualquier momento-se asustó.
                            Su hermano Ramón, padre de Rafaela, intentaba calmarla.

                            Las lluvias cesaron.
                           Pasó una semana. Y esta vez era Cristina quién evitaba a Ángel.
                            Recibió, al término de aquella semana, otra esquela. Éste insistía en verla.
                           Le prometía que no quería hacerle nada. Tan sólo quería hablar con ella. Tenía muchas cosas que decirle. Y le intimidaba la presencia de su doncella.
-Cris, por favor, no le veas-le rogaba Rafaela, alarmada.
                             Sabía que su prima tenía razón. Acudir sola a una cita con un joven era algo arriesgado. La virtud de Cristina podía quedar en entredicho. Sólo Dios sabía lo que podía pasar entre ellos. Sin embargo, echaba de menos a Ángel.
                            ¿Desde cuándo necesitaba verle? Parecía que le conocía desde siempre. Cuando la socorrió, tuvo la sensación de que estaba ante un caballero sacado de una de las novelas sentimentales que tanto Rafaela como ella leían.
                            No pasaba nada por encontrarse con aquel joven caballero a solas.
                            Se retiró temprano a su habitación aquella noche.
                            Decidió escribir una contestación. La carta que le envió a Ángel por mediación de una criada apenas tenía unas pocas líneas. Le decía que accedía a verle a solas. Él fijaría la fecha, la hora y el lugar de encuentro. Le pagó a la doncella que envió la carta al día siguiente 50 reales por su silencio.
                             La respuesta de Ángel le llegó al día siguiente de enviarle la esquela. Se verían a la tarde siguiente. Cristina intentó no pensar que estaba poniendo en peligro su reputación. Ángel se comportaría con ella como todo un caballero.
                             No le contó nada a Rafaela. Su prima habría quedado escandalizada al saberlo.



jueves, 22 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Seguimos con más fragmentos de los recuerdos de Sofía.
¡Vamos a ver qué pasa!

                                 Café con leche...Tortilla de atún...Lomo a la plancha...Michirones...Café solo ... Chocolate...Galletas...Tapas variadas...
                                Pablo solía decirle que sería una perfecta ama de casa. Y la idea no le agradaba nada a Sofía.
                               Olía a comida. El bar Balsalobre siempre olía de la misma manera. A comida caliente... A comida recién hecha...A toda clase de comida...Era un olor agradable. A pesar de que se le impregnaba en el delantal. Pero era un olor que a Sofía le gustaba.
                             Se hacían tortillas. Se freía pescado. Se freía carne. María acabó pensando que aquel trabajo era una buena idea. Por lo menos, Sofía aprendió a cocinar.
                             El trabajo nunca escaseaba en el bar. De hecho, sobraba. Sofía estaba contenta. Trabajaba mucho. Y ganaba, a su vez, mucho dinero. ¿Qué más podía pedir? Nada...Lo tenía todo.
                            Por aquella época, Sofía tuvo que enfrentarse a un nuevo reto. Debía cumplir el Servicio Social.
                            La idea no terminaba de entusiasmarle. Sin embargo...
                            Era algo por lo que todas las chicas pasaban. Su hermana había hecho el Servicio Social. María decía que se pasaba en un suspiro. Por lo menos, pasaba un rato entretenida.
                             Paz también había hecho el Servicio Social. Decía lo mismo que decía María.

miércoles, 21 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Hoy, continuamos con los recuerdos de Sofía.

                              Era su mayor orgullo.
                              A pesar de que el orgullo era pecado. Se lo habían dicho en catequesis. Lo repetía el párroco. Pero Sofía seguía teniendo sus defectos. Podía ser orgullosa en lo relativo a una única cosa. Su cabello...
                           Sofía poseía el cabello de color rubio pajizo.
                           Solía llevar la falda corta hasta la mitad de las rodillas. Tenía la impresión de que a los clientes se le iban los ojos cuando les servía sardinas fritas. O cuando les servía un plato de michirones. Pero mantenía el tipo. ¡Y era tan difícil! ¿Cómo podía Paz lucir aquellas faldas tan cortas?
-Son minifaldas-le decía su amiga-Y son el último grito.
                           Sofía acabó llevando también aquellas minifaldas. Y fue todo un escándalo.
                          La mano de Sofía temblaba. Se le caía el vermut. O la cerveza...¡Los jefes me despedirán!, pensaba la chica alarmada. Pero los dueños del bar Balsalobre no le decían nada.
                          Los domingos, las familias pudientes iban a comer a los bares y los restaurantes de la ciudad.
                           La cocina del bar Balsalobre olía a pescado frito. Paz partía el pan. Lo colocaba en bandejas. Lo repartía por las mesas. Sofía se encargaba de revisar los michirones.
-Acuérdate de echarle iñoros-le decía Paz-Pa que piquen. Tienen que picar.



                         No conozco a nadie que sea realmente feliz, pensaba Sofía mientras servía los platos de michirones a los clientes que los querían comer.
                         Nadie es feliz en verdad.

martes, 20 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Aquí os traigo con otro pequeño fragmento de la vida de Sofía.
Conozcamos un poco mejor lo que piensa y siente.

                                      Tenía la tele encendida.
                                      Estaba viendo Barrio Sésamo. Acababa de empezar.
                                      Estaba entre ver Barrio Sésamo o no ver nada. De alguna manera, la tele le hacía compañía y, además, se distraía mirando a Espinete. Un erizo rosa, pensaba Sofía. Juega con los niños. Se pasea desnudo por el barrio.
                                    Pero los recuerdos la asaltaban.
                                   Le había tocado trabajar muchas noches en el bar Balsalobre. Odiaba tener que regresar a su casa a las tantas de la madrugada.
                                   Los clientes pedían vino. Y ella les atendía.
                                   Tuvo que hacerse fuerte si no quería salir del bar temblando porque se iba a casa muy tarde.
                                  Tuvo que aprender a defenderse.
                                  Por suerte, nunca le pasó nada. El sereno, a menudo, la acompañaba hasta su casa porque le daba reparos dejarla sola. Era un gesto que Sofía le agradecía.

lunes, 19 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Hoy, vamos a seguir viendo más reflexiones que hace Sofía sobre su pasado y su presente.

                           Sofía se obligaba así misma a volver al presente. Ya no estaba sirviendo mesas en el bar Balsalobre. Ya no era la novia de Pablo. Ya no tenía que atender a los obreros de La Maquinista de Levante. Querían cerrar las minas. Se había cerrado La Brunita.
                         No quería leer la prensa. Lo próximo en cerrar sería Peñarroya.
                         Los obreros habían salido a la calle para exigir continuar con su trabajo. Sin embargo, los ecologistas señalaban algo imposible de no ver.
                         Los estériles que habían sido arrojados a la bahía de Portmán la habían destrozado. Sofía no quería poner la tele. Ni siquiera quería poner la radio. El mundo en el que había crecido estaba cambiando. A peor...¿Qué será de La Unión cuando se paren todas las minas?, se preguntó así misma con inquietud. ¿Qué haremos? ¿De qué viviremos? ¿Qué serán de los mineros que pierden sus trabajos? ¿Qué pasará con sus familias?
                        El presente era un asco.
                        Su vida era un asco. Vivía sola.
                       No tenía compañía alguna de ningún tipo.
                       Ni una pareja...Un amigo...Una planta...Un animal...
                       Estaba sola.
                        Sofía prefería refugiarse en el pasado. Cuando el pito de La Maquinista de Levante regía su vida.
                       De aquella forma, mitigaba su soledad. Porque la soledad, en ocasiones, podía ser como una losa muy pesada.
                        Ya no vivía en La Unión.
                        Ahora, vivía en Cartagena.
                        Esbozó una sonrisa triste.

domingo, 18 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Me queda muy poco para acabar con los recuerdos de Sofía y pasar a hablar de otro personaje ficticio de una ciudad que tiene mucho de real, La Unión.
Seguimos en la década de 1960.
¡Veamos qué le ocurre a Sofía!

                                  Otro día, Sofía se quemó varios dedos mientras preparaba unas chuletas a la plancha. Llegó a la conclusión aquel día de que la cocina no era lo suyo.
-Llamaré a tu madre-decidió su jefa.
-No es necesario-se negó Sofía.
-O eso o te vas a tu casa y te tomas toda la tarde libre. No puedes seguir trabajando como tienes los dedos.
                               Fue María la que se presentó enseguida en el bar Balsalobre. 
-¡Vas a dejar este trabajo!-le dijo a su hermana menor.
                               Le estaba aplicando pomada en las quemaduras. Sofía contuvo un grito de dolor. Le dolían las quemaduras. María frunció el ceño.
-¡Duele!-masculló entre dientes Sofía.
-¡Deja este trabajo!-insistió María.
-¡No puedo dejar este trabajo! Me pagan bien. Es cansino. Pero gano dinero. El sueldo...Las propinas...Eso es dinero. Y lo gano yo.
                          María había tardado un poco en venir. La pomada para las quemaduras se había terminado.
                          Tuvo que pasar por la farmacia de don Felipe Bueno.
                          Compró la pomada. Ni siquiera llevaba dinero suficiente para pagarla. No importaba. Iría a pagarla al día siguiente porque no le gustaba tener deudas.



-Pero no está bien visto que una mujer trabaje-opinó María-Es el marido el que tiene que traer el sueldo a casa. Tú no lo entiendes porque todavía no te has casado.
-¡Tú tampoco te has casado!-le recordó Sofía, sintiéndose ya molesta.
-Pero me casaré. Y tú harás lo mismo.

viernes, 16 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Hoy, volvemos a la década de 1960 de la mano de Sofía.

                           El intenso olor del cocido impregnaba la cocina del bar Balsalobre. 
                           Las patatas ya habían sido peladas.
                          Se habían echado los esqueletos de pollo. Sofía elaboró las pelotas. Era la primera vez que hacía pelotas. Las añadió al caldo.
                         Paz estaba con ella en la cocina. Se dedicó a remover el caldo. Se llevó una cucharada de caldo a la boca, lo sopló un poco y le echó un poco de sal. Estaba soso.
                         Era ya por la tarde.
                         El televisor estaba encendido. No había nadie en el bar.
                        Pero no tardaría en empezar a llegar gente. No tardaría en sonar el pito de La Maquinista de Levante. Aquel sonido marcaba el ritmo cotidiano en la ciudad. Era el inicio y el fin de la jornada laboral. En el caso de Sofía, marcaba el inicio de su jornada laboral.
                         Poner habas a remojo. Poner a cocer unas habichuelas. Hacer arroz y conejo.
                        María quería aprender a hacer arroz y conejo. Quería ser una perfecta ama de casa.
                        Ésa era su vida.
                       Así lo veía Sofía.
                       Una tarde, Paz y Sofía pasaron toda la tarde haciendo bizcochos. Por la noche, iba a tener lugar una fiesta que organizaba una Asociación de Caridad.



jueves, 15 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Los recuerdos de Sofía siguen.

                                 Sofía se acostó sin cenar.
                                  No tenía hambre. Su estómago rugía. Trató de ignorarlo. Estaba demasiado cansada.
                                 En la redacción había repasado el montón de notas que tenía. Escribir un libro.
                                 Seguía disfrutando de su trabajo en la redacción del periódico La Crónica. Faltaba poco para que llegase la Navidad. Debía de estar contenta. Incluso, iba a ponerse un Árbol de Navidad. ¿Para qué poner un Árbol de Navidad?, pensó Sofía. Disimuló un bostezo.
                                Ella nunca ponía un Árbol de Navidad. Era su hermana María quien le ponía el Árbol de Navidad. Se quejaba de que nunca celebraba la Navidad. Le daba una lista de regalos que debía de comprar en el Continente. Un Nenuco para su sobrina...Una corbata para su cuñado...
                               Trabajaba mucho. Y adoraba su trabajo. Escribir. Cubrir noticias.
                              Había quedado muy atrás la época en la que servía mesas en el bar Balsalobre. Ganaba un buen sueldo para ella. En su opinión...
                              Por suerte, tenía a Paz de compañera. Y podía lidiar con los clientes borrachos. De la ciudad y extranjeros...Era una mujer independiente. Se lo había demostrado a todo el mundo. No necesito a nadie, pensó Sofía. Se sentía orgullosa de sí misma.

miércoles, 14 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Seguimos con estos relatos de La Unión de la mano de Sofía y de sus recuerdos.

                             Sofía llegó a creer de verdad que Pablo estaba enamorado de ella. Creyó sentir, a su vez, que sí estaba realmente enamorada de él.
                             Y así era. Pablo creía estar enamorado de Sofía.
                             Iba a tomar el almuerzo con frecuencia a el bar Balsalobre. La jornada en las minas era muy dura. No todos iban a almorzar a algún bar. Pablo siempre era atendido por Sofía.
-Hola...-lo saludaba ella.
                       En una mano, Sofía llevaba su bloc de notas. En la otra mano, la joven llevaba un lápiz. Paz les miraba desde la barra con interés.
-¿Qué vas a tomar?-le preguntaba Sofía a Pablo.
-Ponme una pinta de cerveza-respondía el joven-Y tráeme unos pinchos de tortilla de patatas. Estoy molido. No tengo ni hambre.
-Tienes que comer. ¿Quieres algo más?
                       Pablo negaba con la cabeza. Sofía se iba. Pero volvía al cabo de unr ato.
-Aquí tienes-le decía.
                        Llevaba una bandeja en la mano. Con la mano que tenía libre, Sofía colocaba delante Pablo la pinta de cerveza que había pedido. Luego, colocaba delante del joven un plato que contenía pinchos de tortilla de patata.
                       Pablo cogió uno de aquellos pinchos. Le dio un mordisco.
-Gracias...-le decía a Sofía.
                        Aún tenía la boca llena.
                        Eran conscientes de que Pablo se sentía incómodo cuando Sofía le servía como camarera que trabajaba en el bar. Una mujer trabajando no era algo bien visto. Pablo pensaba que todo cambiaría una vez casados.
                         Sofía se centraría en el cuidado de la casa.



                           Su matrimonio con Pablo acabó en fracaso.
                           Se casó con él porque pensó en aquel momento que lo amaba. Sin embargo, días antes de la boda, la confesó a María que tenía muchas dudas al respecto. Se casó con Pablo porque María se lo sugirió. Le aseguró que sólo él podía hacerla feliz.
                         Fracasó en el amor.
                         ¿Y qué?
                        ¿Acaso eso importaba?
                        Pablo era como todos los hombres. Sofía lo sabía. Por lo menos...No tuvieron hijos.
                       En el fondo, a Pablo no le gustaba que trabajase. Le decía que una mujer debía de estar centrada en el hogar. No se alegró cuando terminó la carrera de Periodismo. Ni se alegró cuando consiguió un trabajo.
                       El amor se esfumó. O, a lo mejor, no se esfumó. No estaban enamorados.
                       Fueron de las primeras parejas que se divorciaron en la Región de Murcia una vez que se aprobó la Ley de Divorcio.
                       Sofía no echaba de menos a Pablo. Sin embargo, él la llamaba con frecuencia.
                       Decía que aún la quería.
                      Que podían volver a intentarlo. Sofía no sabía qué hacer.
-No quieres que trabaje-le recordó la última vez que la llamó por teléfono-Y me gusta mi trabajo. No puedo renunciar a él.
-Estás obsesionada con tu trabajo-le reprochó Pablo.
-He estudiado mucho. He logrado lo que quería. Me gusta ser periodista. Lástima que tú no compartas mi alegría.
-Sofi, por favor.
-Estoy en la redacción. No puedo hablar.
                       ¡Se atrevía a llamarla a la redacción!
                       Por todo ello, no se arrepintió de haberse divorciado de él. Hizo lo correcto. Lo sabía.

martes, 13 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Hoy, vamos hacia la década de 1980 de la mano de Sofía.

                                      Se pretendían cerrar las minas.
                                     Sofía no era muy amiga de hacerse fotos.
                                     Miraba el álbum de fotos de su familia. Casi no aparecía ninguna foto suya. No lo lamentaba. De hecho, casi agradecía el no dejar apenas testimonio fotográfico de su existencia. No estaba aportando nada al mundo.
                                  Era comprensible. Las fotos te roban el alma, piensa.
                                  Lo seguiría pensando más adelante. Le dirían que eran cuentos de vieja. Quizás, era cierto. Pero Sofía lo seguiría pensando.
                                 No era la única que pensaba así.
                                 Se estaba quedando anticuada.
                                 En 1985, Sofía había atravesado la barrera de los treinta. Y se estaba acercando peligrosamente a la barrera de los cuarenta. Alguien le diría que era vieja ya. Quizás, eso fuera cierto. No era ninguna jovencita. Pero debía de estar contenta. Sí...Estaba contenta.
                               ¿Cómo podía definir su vida? No había hecho nunca nada importante. Ir al colegio. Estar con sus padres. Trabajar.
                                Una vez, Pablo le sacó una de las pocas fotos que tenía de sí misma. En la foto, aparece Sofía apoyada contra el Seiscientos de segunda mano que Pablo se había comprado.
-¡Te habrá costado un ojo de la cara!-exclamó Sofía.
                               Pablo le dio un beso.
-He pedido un crédito para poder pagarlo-le explicó.
-¿Un crédito?-se asombró Sofía.
-Todo se paga a crédito últimamente. Estoy ganando mucho dinero. Y me gusta ahorrar.
-Vas a pasarte toda la vida pagando el Seiscientos.
-Pero es bonico. ¿No crees?
-Es de color blanco.
-¡Te gusta!
-Sí...
-Mira a la cámara y sonríe, Sofi.
                         Y eso hizo ella. Pero a Sofía le costaba mucho trabajo sonreír y le costaba más trabajo todavía mirar a la cámara de fotos.
-Relájate-le pidió Pablo-Olvida que estás posando. Sé tú misma. A mí me gustaría ser un fotógrafo profesional. Pero no puedo.
-Yo soy muy gris-replicó Sofía-Ya me conoces.
-¿Gris? ¿Tú?
-Sí...Yo...
-¡Qué vas a ser tú gris! Lo que pasa es que eres tímida y seria, como yo. Eso me gusta en una mujer. Que sea discreta. Pero...No eres nada gris. De verdad...

   
     

lunes, 12 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Seguimos con este proyecto que confieso que me ilusiona.
¡Veamos lo que le ocurre hoy a Sofía!

                               Paz era un año mayor que Sofía.
                              Paz y Sofía se conocían desde que eran pequeñas. La casa de los padres de Paz se encontraba muy cerca de la casa de la familia de Sofía. Las dos amigas fueron juntas al Colegio Las Graduadas.
                               Eran muy diferentes entre sí.
                               Paz se apellidaba Díaz. Había vivido toda su familia en La Unión. Desde que sólo era una pedanía cartagenera llamada Las Herrerías. Paz soñaba con viajar. Con salir. Con ver mundo. Con ser libre.
                              Tenía cuatro hermanos. Todos ellos eran mayores que ella. Ya estaban los cuatro casados. Incluso, dos ya tenían hijos. Ella debía de casarse.
                              Y su padre...
                              Su padre había ascendido a encargado en la mina donde trabajaba, Las Matildes. 
                             Toda la familia se sentía orgullosa de él. Desde que fue nombrado encargado, ganaba más dinero.
                              Para ellos, Paz era la oveja negra de la familia. Siempre estaba haciendo la contra a todo lo que le decían sus padres.
                              Desde niña, cuando iba al colegio, siempre era castigada. Sofía había perdido la cuenta de las veces que Paz recibía palmetazos sólo por no hacer bien los deberes. O por estar distraída en clase. Lo malo era que ella también se llevaba palmetazos sólo porque Paz la hacía reír con sus ocurrencias.

domingo, 11 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
¡Vamos a ver lo que le ocurre hoy a nuestra buena amiga Sofía!

                                    El bar Balsalobre era de los bares más conocidos en toda la ciudad. Era frecuentado por todo el mundo. Se encontraba en la conocida como Calle del Pino (la Calle Andrés Cegarra). Sofía servía a los clientes el vino y los licores que le pedían. La gente hablaba mucho. Se reía mucho. Gritaba mucho. Fumaba. Fumaba mucho. Fortuna...Camel...
                                Cuando regresaba a casa, María le echaba la bronca.
-Siempre vienes apestando a tabaco-le recriminaba.
-Dile tú a los clientes que no fumen-le retaba Sofía.
-No hables tan alto que madre y padre podrían despertar.
                                 Sofía acababa mareada por el olor a tabaco. Le disgustaba aquel olor.
                                 No sabía cortar jamón. Ella se limitaba a colocarlo en el plato y a servirlo. Sé amable, se repetía así misma. Pero era, en ocasiones, muy difícil ser amable. Hacía un esfuerzo. Sus jefes estaban en el bar. No podía fallar a su familia.
                               Los clientes podían llegar a ser, en ocasiones, unos groseros. Hay que tener mano dura con ellos, le decía Paz. Y tenía razón.
                              Otras veces, le daban una buena propina. Podían ser amables. Encantadores...A su modo...
                              Sofía estaba contenta. No podía quejarse. Las propinas podían llegar a alegrarle el día.
                              En un primer momento, Sofía se compró en Novedades, la tienda de la Calle Mayor, una hucha con forma de gato. María iba a Novedades a comprar agujas para hacer ganchillo. O dedales... Sofía solía acompañarla. La chica metía el dinero que ganaba con las propinas de la hucha.
                           De haber podido, habría metido el dinero en el banco. Pero no se atrevía a pedirle permiso a su padre porque necesitaba su autorización. Le resultaba más bien ridículo. ¡Pedirle permiso a su padre sobre cómo administrar su dinero! María le decía que era lo que había que hacer.
                          De buena gana, Sofía le habría entregado todo su sueldo a su madre. Pero ésta se negó. En su opinión, el dinero que ganaba su hija le pertenecía sólo a ella.



-Cuídalo bien-le pedía.
-¿Por qué dice eso?-se extrañaba Sofía.
-Yo sé muy bien lo que me digo.
-Padre no sabe dónde escondo mi hucha.

sábado, 10 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Hoy, seguimos con nuestra serie de relatos que transcurren en esta maravillosa ciudad.
Veamos lo que le ocurre hoy a Sofía.

                                   Muchos mineros iban al bar Balsalobre a tomar algo. Lo hacían, sobre todo, a la salida del trabajo. Hombres que trabajaban en La Maquinista de Levante coqueteaban con Paz. O intentaban coquetear con Sofía.
                                Pero la chica no sabía coquetear y no entendía las indirectas que le lanzaban.
                                A Sofía le rugía el estómago. Paz y ella tenían sólo una hora de descanso. Casi siempre, coincidían en el mismo turno. Pero les disgustaba tener que trabajar de noche.
                                 El descanso duraba de las dos a las tres de la tarde, si entraban a trabajar para preparar comidas y servirlas.
                                Sofía se quedaba en el bar. Pedía una Tanica y un bocadillo de chorizo y se sentaba en una mesa a contar el dinero que había ganado en las propinas. O también se comía el bocadillo que le preparaba María.
-Deberías ir a tu casa a descansar-le sugería Paz.
-Vivo un poco retirado-decía Sofía-Mejor, me quedo aquí.
                              A menudo, se sentaba con ella a la mesa Paz. Almorzaban juntas. Eran buenas amigas desde hacía mucho tiempo. Paz se comía siempre un bocadillo de jamón serrano. Se bebía una Mirinda. De Limón...
-¡Odio a los chicos!-se quejó Paz en una de aquellas veces.
-¿Qué te ha pasao?-inquirió Sofía.
-¡Pues no va uno y me dice que me parezco a Marujita Díaz! ¡Por Dios! ¿La has visto? ¿Crees que me parezco a ella?
-Tú no te pareces en nada a Marujita Díaz, Paz, hija. Eres mucho más mona que ella. Quien te lo dijo es un imbécil.
-¡Menos mal!
-¿Sabes bailar flamenco?
                        Paz soltó una risa explosiva.
-¿Bailar?-se escandalizó-¡Por favor, Sofi! ¡No sé bailar! Voy a un guateque. Pinchan una canción de Los Brincos. ¡Me encanta ese grupo! ¡Y piso a mi pareja! ¡Por eso no tengo novio! ¿Quién querría estar conmigo? ¡Nadie!
-Yo sí quiero estar contigo-le aseguró la aludida-Siempre estás riendo. Me haces reír. Y necesito reírme. Por lo menos, me distraigo. Algo es algo.
-Eres un encanto, Sofi. Pero yo estoy hablando de un chico. A mí me gustaría casarme. Tener hijos. Fundar una familia.
-Es lo que se espera que hagamos. Ser como son nuestras madres.

viernes, 9 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Seguimos con esta serie de relatos que tienen el mismo hilo conductor: una joven unionense llamada Sofía.
¡Veamos lo que le ocurre hoy!

                                Se aprendió de memoria los precios.
                               Sofía servía brandy y aguardiente a los clientes. Algunas mujeres bebían aguardiente.
                               Los hombres pedían vino. Bebían mucho. Acababan borrachos. Peores eran los cafés cantantes. Ya quedaban pocos cafés cantantes. Cada vez menos...A veces, Sofía bebía brandy a escondidas. Pero estaba mal visto. Una mujer no podía beber.
                             Sofía se envaró. Los borrachos la asustaban. Sobre todo, los borrachos extranjeros. Tenían las manos muy largas.
                             Sofía era muy tímida.
                             Y lo seguía siendo.
                             En el bar Balsalobre, Sofía ganó bastante dinero. Que era lo que deseaba.
                             Y aprendió a defenderse.
                             Ayudaba en la cocina. Ya sabía cocinar. Su madre la enseñó. Sofía trabajaba mucho. Al igual que su madre. Sofía...Nunca se quejaba. Nunca...Era lo que se esperaba de ella. Trabajo duro...Y no quejarse nunca.
                              Servía el pollo asado. Los olores en la cocina tenían algo especial. Se mezclaban en su nariz. Eran olores muy fuertes. Olores muy picantes...
                               Las perdices asadas...Las botellas de vino...El vermut de los domingos...Y sonreía. El cliente siempre tiene razón, pensaba Sofía. Bueno...El cliente no siempre tiene razón.
                               Los turistas la intimidaban.
                               Antes de irse a trabajar, mientras Sofía se lavaba, María le preparaba el bocadillo.
-¿De qué quieres el bocadillo?-le preguntaba María.
-De chorizo...-respondía Sofía.
                            Bebía mucho café.
                            Sofía no se metía todos los días en la cocina a ayudar a preparar la cocina. Lo hacía cuando el bar estaba a rebosar de gente.
-Han venido muy pocos hombres-le comentaba Paz cuando salía de la cocina-Pero no te preocupes.
-¿Por qué no he de preocuparme?-quería saber Sofía.
-Son mineros. ¡Oh, lo olvidaba! Te dan también miedo nuestros vecinos. Te asustas por to.
-¡No! ¡No es cierto!
-Debes de ser más abierta. Es lo que quieren los clientes. ¡Sal y atiéndeles!
                          Sofía pensaba que los turistas se atiborraban a alcohol. Vino...Cerveza...
                         Nunca fallaban. Acababan todos borrachos.



jueves, 8 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Y aquí os traigo un nuevo fragmento de mis historias sobre La Unión.
Vamos a ver cómo se desarrolla el trabajo de Sofía entre fogones.

                                En el año 1965, Sofía tenía la sensación de que el mundo estaba cambiando.
                                El bar siempre estaba lleno de gente. Eso significaba buenas propinas.
                                Se trabajaba mucho. Paz siempre se estaba quejando.
                                Pero nunca se quejaba por los jefes, que eran personas muy agradables. Se quejaba por las horas que solía pasar de pie. Se quejaba cuando entraba algún guiri en el local, lo cual no ocurría siempre.
                                A veces, al ver el bar lleno de gente, Sofía se alegraba de vivir en La Unión.
                                Sofía quiso ayudar a su familia. Su padre trabajaba en la mina La Brunita. Todas las mañanas, se iba a trabajar antes de la salida del Sol.
                               En aquel momento, Sofía tenía diecisiete años. Su familia vivía en una casa modesta. En la barriada de Santa Bárbara...Su madre y su hermana María se dedicaban a las labores del hogar. Sofía, cuando no estaba trabajando, las ayudaba en la casa. El bar Balsalobre estaba buscando una camarera. Sofía decidió que era su oportunidad. Sus padres no lo acabaron de entender. Su padre se enfadó con ella. Su hermana María no lo entendió.
                              De algún modo, su madre fue la única que pareció entender las razones de Sofía.
                              Servía tapas a los clientes. En un primer momento, a María no le hizo ninguna gracia ver a su hermana menor preparando ensaladillas rusas. En más de una ocasión, Sofía se quemó al preparar calamares a la romana con tomate. La madre de la joven se presentaba en el bar. Aplicaba pomada en las quemaduras de Sofía.
-Estoy bien, madre-insistía la joven-Ya no me duele.
-¿Por qué sigues trabajando aquí?-le preguntaba su madre-No me gusta este sitio.
-Tengo que ganar dinero. Y no es ningún café cantante. Es un local decente. Y el dueño es un buen hombre.
-Deberías de dejar este trabajo.
-Madre...No sabe lo que dice. Gracias por la cura...Tengo que volver al tajo. No quiero que me despidan. Váyase a casa. Y no se preocupe por mí. No dejaré que ningún borracho me meta mano. Sé estar en mi lugar. No soy ninguna fresca. Ni la Paz ni yo somos unas frescas. No haga caso de lo que diga la gente.
-Cariño, deja este trabajo. Este sitio no me gusta. Lleno de hombres...De mineros...De vecinos...De hombres extranjero...Te miran. ¿Te has dado cuenta?
                     Sofía lanzó un bufido. No era ciega. Sabía cómo la miraban los hombres.
                     Era algo que también inquietaba a Pablo. Era un chico moderno, según él. Incluso, estaba tocando la batería en un conjunto pop.
                     Pero tenía la mente algo atrasada. Las minifaldas estaban bien cuando las lucían otras chicas.
                     Pero Sofía no podía lucir minifalda. Eso no era de ser una chica decente.



                      Sofía quería a Pablo.
                     Se había dado cuenta de que le quería. Era su novio. Pensaba en casarse con él. Pero su manera de pensar la sacaba de quicio.
                     Y mucho...

miércoles, 7 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Tras un breve parón por la víspera y el día de los Reyes, regreso con más relatos que transcurren en La Unión.
Es verdad que todos los relatos tienen el mismo hilo conductor, una joven camarera llamada Sofía.
Ella es el nexo común en todos los relatos.
¡Vamos a ver qué le ocurre!

LA UNIÓN, 1965

                           Sofía entró en el restaurante. Aquella noche tenía que trabajar hasta muy tarde. Se sentía agradecida por la oportunidad que le habían dado. Por supuesto, sus padres no terminaban de entenderlo. Su hermana María pensaba que las mujeres que trabajaban en un bar o en un restaurante eran todas unas perdidas. No es justo, pensó Sofía. 
                       Su meta en la vida era conseguir el mayor número de propinas. No ganaba mucho. Pero tampoco podía quejarse de su salario. 
                      Era todavía muy joven. Pero tenía sus sueños. Quería ser periodista. 
                      Sofía se puso el delantal mientras escuchaba los sonidos que salían de la cocina. No pudo evitar esbozar una sonrisa. Iba a recordar con cariño su trabajo. Aquel lugar...
                      Paz era su mejor amiga. 
                      Soltó una palabrota cuando se pinchó con el cuchillo. Una señorita no dice palabrotas, pensó Paz, rememorando las enseñanzas de las mujeres del Servicio Social. 
                     Sofía abrió el aramario. Sacó los platos. Paz, pensó. 
                     El aceite estaba friéndose en la sartén. Había una olla hirviendo en el fuego. 
                     La noche anterior, había ido al cine Mery en compañía de Pablo. Sin embargo, Sofía pasó más tiempo intentando esquivar las manos de su novio que intentaban colarse por debajo de la falda de su vestido que viendo la película. Los besos que le daba Pablo se estaban tornando más ansiosos. 

domingo, 4 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Aquí os traigo un nuevo fragmento de mi serie de relatos titulados Historias de La Unión. 

CARTAGENA, 1988

                           Sofía no se molestó en encender la tele. 
                           Era un buen día para empezar a escribir, se dijo Sofía. Era un lluvioso día de otoño. Por lo menos, intentaría no pensar en el cierre de minas que se estaban produciendo en La Unión. La minería corría el riesgo de volver a parar. Como había ocurrido más de sesenta años antes. En la época en la que Sofía era una niña, ocurrió un nuevo boom minero. 
                          No hacía mucho que se había comprado un ordenador. Seguía siendo periodista. Seguía trabajando para el periódico La Crónica.  Ya llevaba algún tiempo trabajando allí. Años...
                           Seguía en la sección de Sucesos. 
                           Sofía encendió el ordenador. No iría a trabajar aquel día. Era domingo. 
                           Sofía estaba curada de espanto. Por su profesión, había viajado por toda España. Pero no se había relacionado nunca con nadie. Eran viajes de trabajo. 
                           El año anterior le tocó cubrir la matanza de Hipercop. Eran ya varios años haciendo lo mismo. Intentando ser dura. Pero no pudo ser dura cuando vio a gente salir metida dentro de una ensangrentada bolsa de cadáveres. A gente llorando por la pérdida de sus seres queridos. Sufrió el primer desmayo de su vida horrorizada por todo lo que había visto. 
                       Estaba a punto de superar la barrera de los cuarenta. Le faltaban algunos años. 
                       Nunca había pensado en escribir un libro. Ella era periodista. No era escritora. 
                       Sofía abrió el cuaderno de rayas que tenía al lado del ordenador. Vale la pena contar lo que he escrito, pensó. Total, no tengo que ir a trabajar hoy. Sus compañeros de trabajo decían que era muy rara. Vivía sola. No tenía pareja desde su divorcio. No tenía amigos, excepto su amiga Paz, la que seguía viviendo en La Unión. No tenía mascota. No se hablaba con los vecinos del bloque de edificios donde vivía cerca del Continente. Por no tener, no tenía ni plantas. 
                        Sofía recordó los motivos que la habían impulsado a tomar la decisión que había tomado, casi de forma impulsiva, aquella mañana. 
                        No sé si saldrá bien, pensó. 
                        Pero se podía intentar. 
                        Desconectó el teléfono. Necesitaba estar tranquila. 
                        ¿Por qué tenía un teléfono?, se preguntó Sofía. A excepción de su hermana María y de su amiga Paz...Nadie la llamaba por teléfono. Desde hacía mucho tiempo...
                        Bueno...
                        La llamaban por teléfono sus jefes, pero por motivos de trabajo. Sofía era muy callada. 


                          Sus jefes pensaron que era muda cuando la entrevistaron. Solía ir a trabajar con vestidos de flores y luciendo sombreritos también de flores. Aquella mañana, sólo llevaba puesto el camisón. No se molestó en vestirse. No se molestó en arreglarse un poco. 
                        No desayunó gran cosa. Se había lavado un poco y se había peinado. ¿Quién iba a ir a verla?
                       Tuvo frío y se puso encima una bata vieja. Había muy pocos muebles en su piso. Era un fiel reflejo de lo que era ella. Una solitaria...
                      Cogió del frigorífico una lata de Fanta de Limón. 
                      La destapó. Bebió un sorbo. Va a ser una tarea dura, pensó Sofía. Pero no me asusta. Me gusta. 
                        Estoy acostumbrada a trabajar duro. Estoy hecha para ello. 
                        A ver. Abrió su cuaderno de notas. Empezó a revisar lo que había escrito. Prácticamente, todo su cuaderno estaba lleno. 
                       ¿Qué tenemos aquí? Una historia...
                       Sofía no fumaba. 
                       Sofía no salía mucho de su casa. 
                       Sus vecinos no la conocían. Era una extraña para las cajeras del Continente al que iba a comprar. 

sábado, 3 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Y seguimos aquí con otro fragmento de Historias de La Unión. 
¡Vamos a ver lo que ocurre!

                                   Cuando empezó a trabajar en el bar Balsalobre, la única experiencia que tenía Sofía era poniendo y quitando la mesa de su casa. Le daba miedo relacionarse con la gente. Su uniforme consistía en un sencillo mandil que se anudaba a la cintura. Su padre no estaba nada contento con su trabajo de camarera. Sofía solía llevar puesta una falda que le llegaba hasta las rodillas.
                               Hasta aquel momento, lo único que hacían Pablo y ella era besarse en los portales. Y algo más...
                              Por supuesto, su padre no lo sabía. Le habría dado un infarto. Era un hombre muy chapado a la antigua.
                             En una ocasión, Sofía pensó seriamente en dejar su trabajo. Un guiri borracho se abalanzó sobre ella. Le metió la lengua dentro de la boca. El dueño del bar salió en defensa de Sofía. Sacó al guiri a patadas del bar. Luego, consoló a la asustada joven.
-Los hombres de aquí no hacen esas cosas-le aseguró.
                            Por supuesto, Sofía no le contó nada de esto a Pablo.
                            Su novio habría puesto el grito en el cielo de haberlo sabido. En el fondo, era otro chico chapado a la antigua.

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Hoy, vamos a seguir con más relatos.
¡Vamos a ver éste que es bastante cortito!

CARTAGENA, 1988

                    Dejó la carne en el congelador. 
                              Sofía miró el reloj. 
                             No, se dijo. 
                             No iba a hacer la comida. 
                             Todavía no...Era muy temprano para hacerla. Además, hoy no tenía que ir a la redacción. Dos días de descanso seguido...Acabaría malacostumbrándose. Sonrió para sus adentros. 
                             Se dejó caer en una silla de la cocina. Tenía que limpiar el piso. Estaba muy sucio. 
                             Coge la aspiradora y ponte a limpiar, pensó Sofía con cierta sorna. 

viernes, 2 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Después de un pequeño descanso por Navidad, regreso a este blog con otro relato más perteneciente a Historias de La Unión. 
¡A ver qué os parece!

                                 Era el año 1985.
                                 Estaba empezando a anochecer en Murcia.
                                 Hacía mucho frío fuera. Dentro, la calefacción estaba encendida.
                                 Sofía repasó las notas.
                                 Trabajaba como periodista de sucesos para el periódico La Crónica. Tenía treinta y cinco años. El trabajo que estaba haciendo era, en ocasiones, de lo más raro que jamás había visto. Encendió el ordenador. Debía de aprender a manejar mejor aquel trasto, pensó.
                                Se lo habían dado no hacía mucho. En la redacción, habían muchos ordenadores.
                                Sofía tenía mucha práctica con los teclados. Había acudido a una Academia de Mecanografía en la Calle Capitanes Riport, de Cartagena. El ordenador de la redacción era fácil de manejar.
                                Pero los comandos...Dar una orden. ¡No sabía hacerlo!
                                 Había oído toda clase de historias a lo largo de su vida.
                               Historias que guardaban relación con la ciudad en la que había nacido. La ciudad donde había crecido.
                                En 1965, cuando sólo era una chiquilla de quince años, Sofía había trabajado como camarera en el bar Balsalobre. 
                               Sofía era muy tímida. Y los clientes eran muy habladores. Era la época del turismo. Algún que otro guiri se dejaba caer por La Unión. Pero la ciudad estaba viviendo un nuevo boom minero. Y los guiris eran muy raros de ver por allí. Pero, de vez en cuando, aparecían. Y llamaban poderosamente la atención.
                                 Los guiris dejaban muy buenas propinas.
-Española...-le decían a Sofía-Española flamenca...¡Olé!
                                Ella no les contestaba.
-¡Hija!-la regañaba una compañera de trabajo-Sé un poquico más agradable.
                               Los guiris bebían mucho y no sabían hablar español más que cuatro palabras. Y todas eran las mismas. Sofía se las sabía de memoria.
                            Toros...Torero...Por lo general, se iban del bar cuando estaban muy borrachos.
-¡Arsa!-exclamaban-¡Toros! ¡Olé! Paella...Siesta...Flamenco...¡Arsa! ¡Olé!
                            Y vuelta a empezar. Sofía sabía que estaban confundiendo lugares. La paella se servía en Valencia. Y el flamenco se bailaba en Sevilla.
                            Pero no lo decía mientras retiraba los vasos vacíos de la mesa.
-Beben esos como cosacos-le comentaba a su jefe.
                            Sofía trabajaba hasta muy tarde. Sus padres se quejaban de su trabajo. Pero los guiris no dejaban nunca buenas propinas. En cambio, los mineros que se dejaban caer por allí eran otro cantar. También eran personas muy habladoras.
                          Con el dinero que Sofía ganó sirviendo tapas y refrescos a los clientes más las propinas que le dejaban, la joven pudo costearse, años después, su carrera en la Facultad de Periodismo. Era su sueño. Ser periodista. Pues bien...Ya lo era. Y estaba contenta. Sofía era feliz. Tenía treinta y cinco años. Y su matrimonio había sido un completo fracaso. El duro trabajo en el bar Balsalobre había valido la pena.
                          Dio vueltas sobre sí misma con la silla giratoria.
                          No veía la hora de tomarse una Aspirina. Le dolía horrores la cabeza. Aún le faltaba un rato para irse a su casa.

 

                             El teléfono de la redacción sonó.
                             Había unos pocos compañeros con ella. Uno de sus compañeros le avisó que se trataba de su hermana María.
-Dime-le dijo cuando cogió el teléfono-¿Qué quieres?
-¿Vas a venir a cenar?-inquirió María.
-Hay mucho jaleo todavía en la redacción. ¡Más quisiera yo irme! Pero no puedo. Lo siento.
-El problema es ése. Le das más prioridad a tu trabajo que a tu vida personal. Por eso, fracasó tu matrimonio. ¡Oh, Sofi! No llamo para pelear contigo. Sólo quiero que seas feliz.
-Soy feliz con mi ordenador dándole duro a las teclas.
-Pero eso no es vida.