Hola a todos.
He logrado avanzar un poquito más en este relato.
Quería que fuera un relato más bien cortito, pero, casi sin darme cuenta, está cogiendo vida propia.
Poco a poco, iré subiendo trozos de esta historia aquí y espero poder terminarla a lo largo de este año.
Y digo a lo largo de este año porque tengo otros proyectos en mente que tenía pospuestos y que quiero ir desarrollando.
En este fragmento, asistiremos a una conversación entre Gerardo, el protagonista, con María Dominga, la joven esposa de su tío.
Gerardo entró en el salón de su casa después de haber estado dando un paseo a caballo por los alrededores de Portmán.
Era la hora del Ángelus.
Encontró a María Dominga de rodillas rezando con cierta desesperación. La esposa de su tío tenía el cabello de color rubio ceniza con algunos reflejos de color rojizos. Su cabello era largo y solía llevarlo recogido en un holgado moño.
Sus ojos eran de color gris oscuro. Los coronaban unas largas y espesas pestañas oscuras. Pero los ojos de María Dominga tenían la mirada vacía. Casi sin expresión...Sus cejas eran finas y arqueadas.
María Dominga era esbelta. Poseía una cintura de avispa. Gerardo se acercó a ella, que estaba de rodillas, y entendió lo que había visto su tío en ella. María Dominga poseía una belleza delicada. Pero aquella belleza se estaba marchitando sin apenas ella darse cuenta. El rostro de facciones hermosas estaba desencajado. Su piel siempre había sido blanca como la leche. Pero, en aquellos momentos, poseía una palidez casi cadavérica.
María Dominga se santiguó en cuanto terminó de rezar el Ángelus. Se puso de pie y se percató de que no estaba sola.
-Veo que ya has regresado-observó la joven.
-Lo último que quería era molestarla. ¿Dónde está mi tío?
-Ha salido a dar un paseo. Supongo que no tardará mucho en regresar.
María Dominga sabía que eso era mentira. Incluso, Gerardo sabía que estaba mintiendo.
-Tiene muy mala cara-observó el joven.
-No he podido dormir bien esta noche-admitió María Dominga.
Su marido no había ido a dormir a su casa aquella noche. María Dominga se sentó en el sofá con gesto cansado.
-Dígame la verdad, por favor-le pidió Gerardo-Mi tío no ha venido en toda la noche.
-No...-susurró María Dominga.
Gerardo se sentó a su lado en el sofá. María Dominga parecía estar a punto de echarse a llorar. No quería admitir ante el sobrino de su marido la realidad de su matrimonio. Sería como reconocer su derrota.
Gerardo le dio un beso en la mejilla que le supo a cierto consuelo.
Los dedos de Sara se deslizaron por el piano. Sus dedos eran largos y delicados. Parecía estar entregada a la pieza que estaba interpretando en aquellos momentos.
Gerardo había acudido a la tarde siguiente a la reunión que celebró el marqués. No podía apartar los ojos de la bella Sara.
-Mi prima se ha convertido en una hermosa joven-la alabó Úrsula.
-Es cierto-corroboró Gerardo.
Sara se percató de que Gerardo no le apartaba la vista de encima y se sintió turbada.
Gerado pensó que le sentaba bien aquel vestido de color blanco. Parecía un ángel, con aquel cabello rubio. Finalizó la pieza y se puso de pie. Recibió con timidez los aplausos y sus mejillas se tornaron rojas. Se notaba que no estaba acostumbrada a ser el centro de atención. Gerardo se puso de pie. Se acercó a ella.
-Es usted toda una virtuosa del piano-la alabó.
-Muchas gracias...-contestó Sara-Pero creo que está exagerando.
Gerardo le cogió las manos y se las besó.
-Disculpe, señor-intervino Úrsula-Pero me gustaría hablar con mi prima. A solas...
-No faltaba más-dijo Gerardo.
Úrsula se llevó a Sara a un aparte.
-Ese joven se ha tomado ciertas libertades contigo-le indicó.
Su voz estaba cargada de cierto reproche.
Úrsula no quería admitir que sentía cierta envidia por lo que acababa de ver. No había sido cortejada nunca. Había pasado de la tutela de su irresponsable padre a la tutela de sus tíos. Y, de ahí, había pasado a ser una mujer infelizmente casada. No sabía lo que era ser cortejada. Su marido la tenía casi encerrada en casa. Cuando la besaba, Úrsula creía que se iba a morir de asco.
Pero Sara sí podía disfrutar de aquéllo que se le había negado a ella.
-No se parece en nada a su tío-comentó Sara.
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