Hola a todos.
Hoy, me gustaría subir a este blog el borrador de una de mis historias.
Se trata de la historia que tengo le faltan muchos detalles. Entre otras cosas, le falta el título.
Transcurre en La Unión, mi ciudad, a principios del siglo XX. Tiene mucho que pulirse. Y también tiene mucho que corregirse.
Yo os agradecería de corazón que me dijerais en qué me he equivocado y qué cosas debo de corregir. Acepto toda clase de sugerencias. Y os doy las gracias por ello.
ADVERTENCIA: Cuando escribí este borrador, había visto el día antes por primera vez
Nosferatu y me quedé impactada. No hay sangre. No hay gore. Pero en mi vida he visto una película más sobrecogedora y aterradora que ésta.
Ello me ha influido a la hora de escribir este borrador.
Esta historia transcurre en el año 1917.
Ésta
es la historia de una muchacha.
Emilia
tenía ya dieciocho años. Aquel año, pensaba viajar a Murcia en compañía de sus
padres y de su hermana pequeña Flora. Iba a ser presentada en sociedad. Emilia
estaba un poco nerviosa. Era un momento muy importante para ella.
Le
gustaban los bailes, pasear e ir a La Calle Mayor a comprar ropa y a dar un
paseo por allí. Le gustaba, sobre todo, ir al cine. Disfrutaba con las
películas de Charles Chaplin.
Emilia
era alegre y risueña. También era muy inocente con respecto a algunas cosas. No
sabe coquetear, todo lo contrario que Mariona, su hermana mayor, ya casada. De
vez en cuando, se celebra algún baile en la aldea y suele ir acompañada a los
mismos por sus padres. Mariona había hecho una buena boda. Se decía que el
marido de la joven era un aristócrata. Pero Emilia no lo creía.
Emilia
tenía el pelo largo de color negro como el azabache y rizado de manera natural
y graciosa. Al tacto era suave como la seda y brillante bajo la luz de las
lámparas de sus casas. No hacía mucho que había llegado a la aldea la luz
eléctrica. La casa de los padres de Emilia era una de las pocas casas que tenía
luz eléctrica.
Cuando
sonreía, se formaban dos simpáticos hoyuelos, uno en cada mejilla. Las tenía
blancas y rosadas a la vez. Una auténtica rosa inglesa, como decía su madre.
Pero era canaria y estaba orgullosa de ello. Los ojos de Emilia eran grandes,
de color negro, preciosos y llenos de vivacidad. Además, tenía una cara
adorable de rasgos angelicales. Era muy bonita. Todo el mundo lo decía.
Andrew
era inglés que vivía afincado en La Unión. Había llegado a la aldea hacía
muchos años. Se sentía más canario que inglés. Era el mejor amigo de Emilia.
Tenía veinte años recién cumplidos. Se sentía muy unido a Emilia. Incluso
disfrutaba pensando que, probablemente, eran parientes lejanos.
Se
había integrado Andrew a la perfección en La Unión. Lo prefería a su Bath
natal. Se respiraba una paz desconocida para él. La familia de Andrew vivía
enfrente de la casa de la familia de Emilia. No eran aristócratas porque no
tenían título, pero sí tenían dinero para salir adelante sin problemas.
Andrew
solía visitar a Emilia. Hablaba con ella. Incluso jugaba con la pequeña Flora.
Él y Emilia estaban descubriendo la vida. La llamaba Emily a veces. A ella le gustaba divertirse y conocer gente nueva.
Por eso, disfrutaba con cada visita que hacía a La Calle Mayor. A Andrew, por
el contrario, le gustaba estar en su casa, leer y hablar con sus padres. Eran
dos jóvenes muy diferentes entre sí.
Habían
acudido a la escuela de La Unión. Andrew tenía planes. Emilia no sabía qué
hacer. Le gustaría ir a la
Universidad, pero estaba segura de que sus padres se
opondrían a que estudiara. Las mujeres no estudian, le dirían. Mientras, Andrew
estaba estudiando Derecho en la
Facultad de Derecho de Madrid, en la Península. Por
ese motivo, se podía decir que Andrew y Emilia estaban un poco distanciados. Se
escribían.
A
menudo, Andrew fantaseaba con la idea de abandonarlo todo y de dedicarse a
recorrer mundo. Sin embargo, sabía que la situación actual no le permitía
viajar mucho por todo el mundo. El año pasado, Londres había sido bombardeada.
Y los bombardeos, por lo que Andrew sabía, continuaban de manera periódica en
otras partes de Inglaterra. ¿Cuándo se acabará esta maldita guerra?, se
preguntaba Andrew una y otra vez.
Andrew
no era un chico tímido, pero le costaba trabajo encontrar a alguien con el que
conectar. Emilia lo arrastraba con ella cuando iba a la Calle Mayor. Todas las
personas que había conocido en Liverpool le parecían idiotas. No sabía si
volvería a acostumbrarse a vivir en Liverpool en el caso de decidir algún día
volver a su país natal. Pero la guerra continuaba y era imposible vivir allí. A
menudo, rezaba para que todo terminara. Le habían dicho que la guerra estaba a
punto de terminar y los vecinos de La Unión se enzarzaban en animadas
conversaciones sobre quién iba a ganar la guerra.
-Yo digo que van a ganar los alemanes.
-Pues yo pienso que van a ganar los aliados.
-¿Qué aliados?
-Los franceses…Los ingleses…
Andrew
había estado un tanto sobreprotegido por sus padres. Era hijo único porque su
madre, al traerle al mundo, quedó imposibilitada para tener hijos. Se lo habían
contado muchas veces, como también le habían contado que estuvo a punto de
morir cuando vino al mundo.
Los
padres de Andrew tenían miedo de que le pasara algo y, por eso, estaban
pendientes de él.
No
lo había pensado, pero imaginaba que algún día se casaría y tendría hijos.
Ningún matrimonio que conocía era feliz. Excepto dos: el de sus padres y el de
los padres de Emilia. A sus ojos ingenuos, ellos eran felices.
-Mariona no es feliz-le dijo Emilia a Andrew.
-Pues debería dejar a su marido si no la hace
feliz-sugirió Andrew.
-No es tan fácil. Aquí está mal visto que una
mujer se separe.
-Podría divorciarse. Aunque…El divorcio…
-Es muy difícil de conseguir. Y estaría
todavía peor visto que una separación. Lo siento por Mariona.
Estaban
en la habitación de Andrew, sentados en la cama.
-Me da pena tu hermana-se lamentó Andrew.
Emilia
esbozó una sonrisa triste y le besó en la comisura de los labios. Ella era la
amiga de Andrew, su compañera del alma, lo mejor que le había pasado en la
vida.
-Por lo menos, te tiene a ti-suspiró Andrew.
-La apoyaré siempre-le aseguró Emilia.
El
nacimiento de la muchacha fue un regalo para Andrew. Le estaba agradecido por
ello.
Le
debía la vida a Emilia.
Le
gustaba abrazarla y acariciar su pelo.
Emilia
decía que Andrew era su mejor amigo. Afirmaba que, cuando estaban juntos, se
convertía en otro hombre. Y ella decía que era más equilibrada. Tenía un
carácter alegre y un tanto inquieto. Ella le abrazaba y le besaba con cariño.
En
el fondo, eran unos críos. Aún les gustaba jugar y se aburrirían si fueran a
una de aquellas fiestas a las que Emilia tendría que ir un tanto a la fuerza.
La gente que Andrew había conocido en Madrid era o idiota o aburrida. O las dos
cosas.
Emilia
y Andrew se tenían el uno al otro. A menudo, cuando estaba en Madrid, se sentía
solo. Él y Emilia hablaban con todo el mundo, pero no tenían amigos. Somos la
otra cara de la moneda, se decían.
No
estaban hechos para la vida en sociedad. Pero los dos sabían que tenían que
resignarse a ella porque no tenían otra alternativa.
Eran
amigos, eran casi una familia. El cariño que se profesaban era puro.
¿Había
algo sucio en la relación que les unía?
Sus
familias no encontraban nada raro en la relación que había entre Emilia y
Andrew.
En
el fondo, Andrew y Emilia eran dos inadaptados. Dos personas que estaban
enfrentadas con el mundo. Dos personas que estaban destinadas a no triunfar en
la vida. Andrew tenía la sensación de que jamás ejercería su carrera de
Derecho. Y Emilia no se conformaba con la vida que le había tocado. Ella tenía
sueños…¡Quería estudiar en la
Universidad, como Andrew! ¿Por qué no podía ir a la Universidad? Porque
era mujer. Por eso mismo.
Se lo comentó a Mariona una tarde que su hermana fue a merendar a su casa. A veces, Emilia tenía la sensación de que Mariona pasaba más tiempo en su casa que con su marido.
Merendaron en el jardín, ya que hacía una tarde soleada.
Emilia vivía en la Calle Real, enfrente de la Plaza de Las Fuentes.
Emilia y Mariona tomaron una taza de chocolate para merendar. Acompañaron la merienda con un bizcocho.
Mariona bebió un sorbo de su taza de chocolate.
-Tienes que pensar ya en casarte-le comentó a su hermana menor-Ya tienes una edad en la que debes de ir pensando en encontrar un buen marido. Yo ya era algo mayorcita cuando me casé.
-El matrimonio entraba en tus planes-le recordó Emilia.
-Y debe de entrar también en tus planes. ¿O acaso no sientes nada por ese joven inglés que te ronda?
Emilia le dio un mordisco a un trozo de bizcocho.
Se ruborizó al escuchar la pregunta que le hizo su hermana mayor. Pero se rehizo enseguida. Mariona se equivoca, pensó. No hay nada entre Andrew y yo. Sólo somos amigos.
-Es un buen amigo mío-contestó Emilia.
-Los hombres y las mujeres no pueden ser sólo amigos, hermanita-replicó Mariona-Yo no soy amiga de mi marido. Estoy casada con él.
-Entonces, debo de suponer que sois muy felices.
Estoy enfermo…Enfermo de amor…He
podido morder a Emily en uno de sus pechos hasta que le he hecho sangre. He
bebido de su sangre. Estoy loco. Lo sé.