miércoles, 4 de junio de 2014

EL FRANCÉS

Hola a todos.
Hoy, subo la segunda parte de mi relato El francés. 
¡Vamos a ver lo que pasa!

                         Se celebraba la boda entre la señorita Carmen Palacios y su prometido, el oficial del Ejército Español el honorable Francisco de Carrión.
            La joven estaba nerviosa. Con su boda, se convertía en la marquesa de Cerezo. Uno de los títulos más importantes de todo el país…Debía de estar contenta.
            Su doncella la ayudó a vestirse de novia. Carmen no paraba de temblar. Se dejó vestir por su doncella.
-Va a dejar al marqués sin habla, señorita-le aseguró.
            Ésta no paraba de parlotear.
-Va a ser usted la novia más guapa de toda la comarca-le auguró-Y va a ser una maravillosa condesa.
            Carmen no la escuchaba. No quería escucharla.
-Sonría, señorita-la instó su doncella.
                Carmen esbozó una sonrisa trémula. No tenía ganas más que de echarse a llorar. 

                    La boda se celebró en la Iglesia de San Roque, en Alumbres. A petición de Francisco, el banquete de bodas se celebró en Portmán. Poseía una hacienda en las afueras de la pedanía. En los últimos meses, la familia Palacios había pasado días enteros allí.
            Ana y Carmen dormían juntas en la misma habitación.
            Había que preservar la virtud de Carmen hasta su noche de bodas.
            Mil veces, Ana pensó en confesarle a su hermana que se había enamorado de un soldado francés.
            Pero guardó silencio. Sabía que aquella confesión indignaría a Carmen. 
            La hermana menor de Carmen, la señorita Ana Palacios, sujetaba una copa de champán en su mano. Contemplaba cómo su hermana se relacionaba con todos los invitados. El baile estaba a punto de empezar. Carmen estaba convencida de que su boda con Francisco era por amor.
            Lo cierto era que Carmen estaba bellísima con su vestido blanco de novia.
            Ana era una joven de dieciocho años recién cumplidos. Era apenas cuatro años menor que Carmen quien tenía veintidós años. En una conversación en un aparte, después de la boda, Carmen le había confesado a Ana que no estaba enamorada de Francisco. Se casaba con él porque no quería quedarse soltera.
            Ana no veía la hora de escaquearse del salón. El baile empezó. Contempló cómo su recién estrenado cuñado Francisco cogía la mano de Carmen y la llevaba al centro de la pista de baile, en el salón. Le rodeaba la cintura con el brazo y empezaban a bailar. No se le escapó a Ana lo tensa que estaba Carmen.
            Se reunieron numerosas parejas en la improvisada pista de baile.
            Aprovechando aquel momento, Ana logró dirigirse a la cocina sin ser vista. Salió por la puerta de la cocina. Y empezó a caminar.
            Desde hacía algunos meses, Ana estaba viviendo con intensidad la llegada de su primer amor. Sin embargo, aquel primer amor era el secreto que guardaba con más celo.
            La joven se había enamorado de un francés.
            Los meses que habían pasado habían sido los más intensos en la vida de Ana. No sólo porque se habían llevado a cabo los preparativos para la boda de Carmen.
            También fue porque volvió a encontrarse con Philip. Había regresado a la comarca. Pero su encuentro con Ana fue casual. Ella había salido a dar un paseo por la playa. Y volvió a verle.
Era natural de Marsella. Y también era un entusiasta de la causa napoleónica. Se encontraba en España en misión de espionaje. Y buscaba refugio en Portmán mientras huía de un espía inglés. Se había hecho pasar por traidor. Había matado a su compañero. Philip había logrado acabar con él. Pero había sido herido de gravedad en el hombro.
            Fue Ana quien lo encontró malherido en la playa. Philip nunca supo cómo pudo llegar en barca hasta allí. Sólo sabía que debía de ponerse a salvo. Tenía un mensaje importante que hacer llegar a su superior.
            Pero no podía moverse. Ana le llevó hasta una choza en ruinas. Lo mantuvo allí escondido durante semanas. Fue ella quien le hizo un torniquete que detuvo el flujo de la sangre que no paraba de manar de su herida.
            Philip y Ana se contaron todo lo que había ocurrido durante el tiempo que estuvieron separados. Ana aprovechaba el caos que había en su casa con motivo de la boda de Carmen para escaquearse y encontrarse con Philip. Tuvo la sensación de que él no se había ido. Que siempre había permanecido a su lado.
            Sabía que era francés. Pero hablaba el español de manera fluida. Pasaban largos ratos hablando. Ana supo que el padre de Philip había muerto a manos de un traidor que se había vendido al Ejército de Wellington. Descubrió la otra cara de la guerra. A salvo en Roche, Ana nunca pensó en la gente que moría en el frente. En los pueblos arrasados…En que su propio Ejército, al que pertenecía su cuñado, podía cometer las mismas atrocidades que cometía el Ejército francés.
            Pensó que todos los Ejércitos eran iguales. Todos buscaban su propio beneficio. Todos hacían los mismos males.
            Y estaba harta de todo.
            Philip se dio cuenta de que seguía prendado de Ana. Aquella relación no podía avanzar. Estaba condenada al fracaso. Pero no podía dejar a Ana. No se sentía capaz de renunciar a ella.  
            Había estado casado tiempo atrás. Pero su esposa Lara había fallecido en sus brazos. Perdió el niño que esperaba.
            Philip fue el primer hombre que besó a Ana. Se enamoró de ella.
            Cuando abrió los ojos después de caer desmayado en la playa, la vio a ella. Con su largo cabello de color castaño…Con sus ojos de color verde musgo, como el cielo de Marsella. Con su figura alta y esbelta…Con aquel rostro hermoso…Parecía un ángel. La reconoció.
            Reconoció a Ana. A su Ana…
            Siguieron otros besos, cada vez más apasionados.
            Pero Philip se había ido. Había tenido que abandonar Portmán para ir al encuentro con su superior. Ana necesitaba salir a dar un paseo. Tenía que despejarse. Philip podía no regresar nunca. Se soltó el moño con el que había recogido su castaño cabello.
            Hacía una noche preciosa. Las estrellas brillaban en lo alto del cielo. Ni una sola nube lo cubría. La Luna estaba en el cuarto creciente. Se podía ver bien por dónde se caminaba.
            Ana llegó hasta la playa. Todo el mar se extendía ante ella. Pensó en que Carmen había cometido un terrible error. Se había casado con Francisco sin estar enamorada de él.
-¡Ana!-escuchó cómo alguien la llamaba.
            Al principio, Ana pensó que se trataba de Carmen. Su hermana estaba muy nerviosa y no la culpaba. Nadie podía casarse sin amor. Pero Carmen había hecho precisamente eso.
            Y ella estaba esperando el regreso de Philip. Intentaba disimular sus nervios. Pero no podía.
-¡Ana!-volvió a escuchar.
            Se giró.
-¿Philip?-inquirió.
            Su cabello estaba revuelto. Pero había alegría en el rostro del joven. Sonreía radiante al ver a Ana. Cuando la joven se quiso dar cuenta, la boca de Philip se apoderó de sus labios.
-¡Has vuelto!-logró decir cuando se separaron tras un largo beso-¡Estás de nuevo aquí!
            Las olas del mar mojaron los pantalones de Philip y el vestido de Ana. Los dos se abrazaron con fuerza, ajenos a todo. Ajenos al mundo en el que vivían.
            Se susurraron numerosas palabras de amor. Ana lloraba de alegría. Philip llenó de besos su cara. La espera había llegado a su fin. Estaban de nuevo juntos. Pero sería algo temporal. Nadie sabía nada de aquella relación.
            Sin embargo, Philip tenía otros planes. No pensaba abandonar Portmán sin llevarse consigo a Ana. Era una locura.
            Al verla en la orilla de la playa, tomó aquella decisión. Era española y él era francés.
-Ven conmigo-le pidió-Vámonos.
            Ana pensó que había escuchado mal.
            Los días que había pasado sin saber nada de Philip habían sido los peores días de su vida. Había ido a la playa en la creencia de que, a lo mejor, le veía llegar. Y así había sido. No podía apartar la vista de aquellos ojos que la miraban con tanto amor.
-Carmen, mi hermana mayor, acaba de casarse-le contó.
-Y yo te estoy pidiendo que nos vayamos juntos-dijo Philip-Podemos ir a Alumbres a casarnos. Tiene muchas Iglesias. Yo puedo hablar con el párroco y conseguir que nos case. Soy católico. Estoy bautizado. Anne, no quiero irme de aquí sin ti. No podría volver a estar lejos de ti.
-¿Y dónde viviríamos?
-Donde tú quieras que vivamos.
-¿Conseguiste hablar con tu superior?
-Sí…Pude hablar con él. El Ejército Inglés ha sufrido una severa derrota. Hemos ganado una batalla. Pero…
-¡No me hables de la guerra! Te lo ruego.
            Visiones de Philip herido de muerte en el frente poblaban las pesadillas de Ana. Se despertaba en mitad de la noche. Un sudor frío cubría su cara.
            Carmen iba a ver lo que le pasaba porque Ana gritaba. La abrazaba.
            Pero la muchacha nunca le contó lo que le pasaba realmente. Carmen nunca aprobaría su relación con un francés. Con el enemigo…
            Recordaba la conversación que mantuvo con Carmen en la sacristía. Francisco estaba rodeado de gente que le felicitaba. Al quedarse a solas en la sacristía con su hermana, Carmen rompió a llorar y se abrazó a Ana.
-¿Por qué estás llorando, hermana?-le preguntó la muchacha, atónita-¡Si deberías de estar contenta! Te has casado.
-¡Pero yo no estoy enamorada de Francisco! Era casarme con él o quedarme soltera. Tengo veintidós años, Ana. No puedo quedarme soltera porque tú no podrías casarte. Sería un estorbo.
-¡Cielo Santo!
            Ana secó con las manos las lágrimas que rodaban por el rostro de Carmen sin control.
-Vas a ser muy desdichada-observó.
-Francisco tampoco me ama-le confesó Carmen-Necesita una esposa que le dé hijos sanos y fuertes que sean varones. Y me escogió a mí.
            Ana escuchó sobrecogida la confesión que le hizo su hermana mayor. Recordó cómo Francisco había besado de una forma un tanto fría a Carmen en los labios cuando el sacerdote les declaró marido y mujer.
-Intentaré ser una buena esposa para Francisco, aunque en mi corazón sepa que no me ama-le prometió a Ana-Eso me tranquiliza porque este desamor es mutuo.
-Pero vas a ser muy desdichada-le recordó su hermana menor-¿Por qué no has hablado conmigo?
-Era mejor así. De verdad…Vamos. No quiero hacer esperar mucho a mi recién estrenado marido.
            La cercanía de Philip sacó a Ana de sus pensamientos.
-La única alegría que me da la vida es que has vuelto-afirmó la joven-¡Estás de nuevo conmigo! Y estás bien. ¡Estás vivo!
-Pensaba en ti en todo momento-le confesó Philip-Sabía que debía de volver a esta isla para verte. Para llevarte conmigo si ése es tu deseo.
 -Sí…
            Los dos volvieron a fundirse en un beso largo y cargado de pasión.

            Pero Philip tuvo que volver a irse.
            Antes de marcharse, le regaló un perro a Ana. Lo había encontrado abandonado en la calle.
            Era apenas un cachorro. Se lo regaló a Ana en el Monte de las Cenizas, durante uno de sus encuentros.
-Este cachorro cuidará de ti durante mi ausencia-le dijo-Te protegerá.
-¿Cuándo volverás?-quiso saber Ana.
            Pero, a lo mejor, Philip no volvía. Ana sentía el deseo de echarse a llorar.
            Philip llenó de besos el rostro de Ana.
-Volveré-le prometió.

 

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