Y llegamos al final de El francés.
Con el último trozo que subo hoy, veremos el desenlace y lo que finalmente ocurre entre Ana y Philip.
¡Vamos a verlo!
Hacía rato que los criados se habían retirado. Habían dado cuenta de su particular cena de Nochebuena. Era su momento. Llevaba toda la noche esperando.
Siro era un dálmata que estaba en la
cocina. Daba cuenta de las sobras de la cena de Nochebuena. En el salón, se oía
el sonido de unos violines interpretando un vals. Su dueña, la señorita Ana Palacios,
entró en aquel momento en la cocina.
-Tú también buscas estar solo, amigo-le
dijo al dálmata con una sonrisa triste.
Se trataba de una
joven que había recibido una esmerada educación. Se había comportado durante
años como se esperaba de ella. Sabía tocar muy bien el arpa. Era hermosa. Era
dulce. Poseía una larga melena de color castaño. Sus ojos eran de color verde
musgo. Además, su padre le iba a proporcionar una elevada dote.
Pero tenía un secreto.
En aquellos momentos, echó más que nunca de menos a su hermana Carmen. A su modo, Carmen parecía entenderla.
Pero Carmen ya no estaría con ella nunca más. En Roche, se hablaba mucho de la familia Palacios. El tiempo había pasado.
Cada vez que Ana pasaba por delante del Pozo Concejil, recordaba que era el lugar en el que Carmen se había quitado la vida.
-No soporto estar allí fuera-le confesó a
su amigo peludo-Me agobio.
Siro escuchó la música que salía del
salón. Los invitados, pensó, ya habrían cenado. Ana quería alejarse de aquel
bullicio. El baile ya había empezado, pero ella quería estar sola.
Recordó la cena de Nochebuena. El mayordomo trinchando el
pavo. Los invitados hablando entre ellos de temas frívolos. Recordó a su prima Sara
callada. Y ella fingía escuchar y seguir aquellas conversaciones. Pero algo en
el interior de Ana había cambiado.
No
podía ser como había sido antes.
Algo
en su interior había cambiado. Era una mujer enamorada.
No
lo podía evitar.
Siro se acercó a su ama. Ana agradeció el
tenerle cerca. Su familia no la entendía. En realidad, era Sara quien no la
entendía. Sus padres no sabían nada. Ni siquiera lo sospechaban. Era mejor así.
¿Cómo se le había ocurrido enamorarse de un francés?
-Philip no es malo-le dijo Ana
a Siro-Puede que tenga razón. Puede que Napoleón sea un buen
gobernante. Yo sólo quiero estar con Philip. No conozco a Napoleón, pero no
puede ser peor que nuestro Rey. El Rey no luchó. El Rey huyó. Napoleón, de momento, no ha huido. Hasta donde yo sé.
Ana vivía con sus padres y con su prima Sara. Siro había
oído a Ana discutir con Sara en numerosas ocasiones. Y todo porque Ana se había
enamorado de un partidario de Napoleón. No de un agente del Servicio Secreto
que se estaba haciendo pasar por soldado francés. No...De un verdadero partidario de
Napoleón...Y eso era algo que Sara no podía entender. Sara leía mucho. Y, en ocasiones, parecía confundir la realidad con la ficción. Y la realidad era, la mayoría de las veces, desagradable.
A pesar de que lo intentaba.
Siro las había oído discutir aquella
misma tarde, en la habitación de Sara.
-Si Philip regresa, me iré con él-le
informó Ana a su prima-Nos amamos.
-¿Cómo has podido enamorarte de un
traidor?-le increpó Sara-¿Has olvidado que sirve a Napoleón? Si fuera un agente
secreto en plena misión, fingiendo que es un soldado francés, yo lo entendería. ¡Pero
no es así! ¿Cómo has podido enamorarte de un francés? ¡Es el enemigo, Ana! ¿Acaso lo has olvidado?
Siro estaba echado sobre la cama. Pensaba en la
cena de Nochebuena que le esperaba. Pero... Odiaba ver a Ana sufrir. Su propia
familia parecía estar en contra de ella.
-No me importa-afirmó la joven-Philip es
el amor de mi vida.
Unos golpes en la puerta de la cocina
sobresaltaron a Ana. Siro se puso en guardia. Ana ahogó un
grito al ver quién era.
-¡Philip!-chilló feliz.
Siro ladró contento.
Philip había vuelto a casa.
Philip Lombard era hijo de un matrimonio francés perteneciente a la nobleza rural. Le gustaba leer desde que cayó un libro por
primera vez en sus manos, tiempo atrás. Los ecos revolucionarios de Francia
llegaron hasta la casa solariega de sus padres.
La guerra estaba llegando a su fin. El Príncipe Fernando no tardaría en regresar a España. Sería proclamado Rey. Pero Philip quería seguir peleando.
Philip acababa de regresar de una dura misión.
Varios compañeros suyos habían muerto a manos de un agente del Servicio Secreto
Británico. Aquel hijo de perra se había hecho pasar por partidario de Napoleón.
Se había ganado la confianza de varios compañeros de Philip. Y los había matado
de manera atroz.
Philip lo estuvo persiguiendo por toda España.
Finalmente, dio con él.
No dudó en matarlo ni un sólo instante. Después de
eso, envió coordenadas falsas a los superiores de aquel tipo, indicándoles
dónde iban a realizar los partidarios ingleses de Napoleón una entrega de
armas. Se trataba de una trampa y algunos espías ingleses cayeron en una
emboscada. No sobrevivió ninguno de ellos.
-¡Ana, amor mío!-exclamó Philip
feliz-¡Por fin! ¡Por fin he vuelto! ¡Estoy aquí!
Siro se acercó a él para
saludarle. Movió la cola contento.
-¡Hola, Siro!-le saludó Philip.
Se agachó. Le acarició el lomo-¿Cómo estás, amigo? ¿Estás contento de verme?
¿Has cuidado bien de Ana?
El dálmata volvió a ladrar.
-No hagas mucho ruido-le recomendó Philip-Escúchame.
Nadie, excepto Ana y tú, deben saber que estoy aquí. ¿Entendido? Estás mucho
más gordo que cuando me fui-Le rascó detrás de la oreja-Los cocineros te tratan
como a un Rey-Se rió.
-Sí...-intervino Ana-Es muy buen
perro.
-Te lo regalé yo-le recordó Philip.
Los dos enamorados se fundieron en un fuerte
abrazo. Philip llenó de besos el rostro de Ana. Los dos acabaron fundiéndose en
un beso apasionado y cálido.
Siro había sido testigo
fiel de los besos dados por los dos enamorados en el jardín trasero de la casa
de los condes.
Se amaban. Más allá de la guerra...De
todo...
Cayeron sobre el suelo de la
cocina.
Sus manos buscaron la piel del otro
bajo la ropa. No les importaba nada.
Se abrazaron. Se besaron. Se
acariciaron mutuamente.
Se besaron muchas veces con fuerza. Se
abrazaron muchas veces con intensidad.
Siro no entendía nada. Se
retiró a un rincón a seguir cenando. Estaba contento porque veía a su ama
contenta. Miraba, de vez en cuando, hacia la puerta. Si alguien entraba en la
cocina en aquel momento, se lo impediría.
Ana se dejó llevar por lo que le dictaba su
corazón. Se abandonó a los brazos de Philip. Él llenó de besos su hermoso
rostro, el rostro de su amada. Mordisqueó el lóbulo de su oreja. La besó varias
veces en el cuello. Los dos se habían quedado medio desnudos. Llenó de besos
sus hombros. No podía parar de acariciarla bajo la ropa.
Ana tocó el cuerpo de Philip por todas
partes.
Siro no entendía el
porqué se chupaban mutuamente sus amos.
Sólo sabía que los dos se amaban.
Terminó de dar cuenta de su cena de Nochebuena. Estaba lleno. La cena había
sido exquisita. Se retiró a su rincón de la cocina. Dormía allí. Hoy,
pensó Siro, es una noche de felicidad.
Al día siguiente, la doncella de Ana dio la voz de alarma.
-¡La señorita Ana no está!-chilló.
Sara fue al encuentro de la doncella.
-¿Qué estás diciendo?-le preguntó.
La doncella le tendió a Sara un papel.
La mano de la joven tembló. Se trataba de una carta de Ana. En ella, su prima le contaba lo que había hecho. Se marchaba con Philip. Sara no estaba sorprendida para nada.
En el fondo, hacía tiempo que se lo esperaba. Suspiró con gesto resignado.
Sé feliz, prima, pensó.
Sus tíos no debían de saber nada, pensó Sara. No lo entenderían. Y a ella le había costado trabajo entender a Ana.
Pero su prima se había enamorado. Merecía ser feliz. Todo lo feliz que no pudo ser Carmen en vida.
FIN
Uy me encanto está historia te me cuidas mucho
ResponderEliminar¡Hola! Justo acabo de terminar de leer este relato y me ha gustado mucho, especialmente ese uso de frases tan cortas y contundentes.
ResponderEliminarY la historia es muy tierna: al final triunfó el amor a pesar de la guerra <3.