Aquí os traigo un nuevo fragmento de mi relato Amor en la isla.
Veamos lo que ocurre hoy entre Marcos y Diana.
Diana tenía la cabeza hecha un lío.
Era feliz cuando salía a pasear con Marcos.
Se sentía lo bastante cómoda como para hablar
con él de cualquier tema. Sin embargo, en ocasiones, se sentía cohibida ante
él. No sabía cómo comportarse cuando Marcos estaba delante. Había oído que se
trataba de un muchacho serio. Su fama de joven responsable le precedía.
Jamás intentaría propasarse con ella. Pero estaban
grabadas a fuego en su mente las palabras de su institutriz.
Por lo que se rumoreaba, la señorita Palomares
había tenido una mala experiencia con un hombre.
No se quedó embarazada de él. Pero sí se vio con la
virtud robada. Y con la reputación arruinada por completo...
Se convirtió en una mujer amargada. Al principio,
antes de sufrir aquella mala experiencia, le apasionaba su trabajo. Después de
aquello, parecía vivir furiosa con el mundo.
-Yo no
soy así-le aseguró Marcos a Diana durante uno de aquellos paseos.
Caminaban cerca de la antigua necrópolis.
Diana se sentía rara estando en aquel lugar.
Los romanos habían dejado su huella en la isla. Pero también habían dejado allí
sus muertos.
-Jamás te
haría daño-insistió Marcos-Sólo quiero estar contigo. Nada más...
-Le has
pedido permiso a mi padre para poder cortejarme-recordó Diana.
-Y tu
padre me lo ha concedido. Mis intenciones hacia ti son serias.
-Entiendo.
Los padres de Diana estaban encantados con la manera de ser
de Marcos. Pero las dudas que sentía la joven iban en aumento.
No podía engañar a Lorena. Su hermana la conocía demasiado
bien. Las dos hermanas dormían en habitaciones separadas. Pero, muchas noches, Diana
acudía a la habitación de Lorena.
Se sentaba a su lado en la cama. Le contaba cómo iba
avanzando el cortejo de Marcos. Le confesó que se sentía cohibida porque le
parecía que el joven era un tanto atrevido.
Lorena la escuchaba con interés. Deseaba poder enamorarse
algún día, como veía a Diana enamorada de Marcos, pese a que la joven se
resistía a admitirlo. Y también deseaba ser amada algún día por alguien como Marcos
amaba a Diana. Y su hermana no se daba cuenta de ello. La señorita Palomares
bien que le había lavado el cerebro a Diana.
-Me
parece que estás actuando como una cobarde-opinó una de aquellas noches Lorena.
Ya estaba acostada en su cama. Se arropó con la
manta que cubría su cuerpo. Diana la miró con gesto raro. No podía verla. Pero Lorena
sospechaba que Diana estaba extrañada.
Le cogió la mano y se la palmeó.
-Tienes
que ser sincera con Marcos-le exhortó.
-Me
mentirá-se lamentó Diana.
-No te va
a mentir. Él no es un mal chico.
Diana le ocultó un detalle a Lorena.
La doncella que ambas compartían vigilaba de
cerca los paseos que daban Marcos y Diana.
En ocasiones, sin embargo, se entretenía.
Se ponía a hablar con las esposas de los
pescadores, que cosían las redes rotas en la playa. O limpiaban el pescado.
Dejaba, entonces, de vigilar a Marcos
y a Diana.
Durante la semana que transcurrió, Marcos besó hasta en siete ocasiones a
Diana. Le robaba un beso en los labios por día.
Lorena interrogaba a su hermana acerca de lo que ocurría entre Marcos y ella. Pero Diana no sabía qué decir.
Marcos le regalaba flores. Se mostraba amable con ella. Era el hombre con quienes sus padres querían verla casada.
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