Aquí os traigo un nuevo fragmento de mi relato Amor en la isla.
Vamos a ver cómo empieza la historia de amor entre Marcos y Diana.
Diana Cano miró con el ceño fruncido a su hermana, Lorena.
Corría la década de 1890.
De las dos hermanas, Lorena era la más hermosa. Podía tener
a docenas de pretendientes rendidos ante ella. Poseía un largo cabello de color
rojo fuego. Y su rostro tenía unas facciones delicadas. Y sus labios eran rojos
como fresas maduras.
Sin embargo, Lorena era ciega. La criada que le sirvió una
taza de chocolate le puso la taza de porcelana en la mano. Todo era oscuridad
alrededor de Lorena. No había podido tener una puesta de largo en Murcia. Y Diana se negó a viajar a la capital porque no quería dejar sola a su hermana mayor.
La joven bebió un sorbo de su taza de chocolate.
Las dos hermanas estaban merendando en el comedor. Estaban
solas. De modo que podían hablar de cualquier tema.
-He oído
que hay un joven rondándote-atacó Lorena-¡Eres muy afortunada! ¿Quién es? ¿Le
conozco?
-No creo
que eso sea cierto-contestó Lorena.
-Padre y
madre no están ahora mismo.
Diana cogió un trozo de bizcocho que la cocinera había
preparado para acompañar la merienda. Le dio un mordisco.
No sabía cómo abordar aquel tema con Lorena.
-Puedes
contármelo-insistió su hermana.
Diana palidecía al lado de Lorena. Se sentía más tonta y
más fea si se comparaba con su deslumbrante hermana. Aún así, era una joven muy
guapa. Sus rasgos eran delicados. Poseía una figura esbelta. Y su cabello era
de color castaño oscuro.
No podía quitarse de la cabeza lo ocurrido la tarde antes. Marcos
Domínguez había empezado a cortejarla. Una vez a la semana, llegaba a casa de
los Cano un ramo de flores que Marcos le enviaba. Tenía Diana la sensación de
que lo que estaba pasando era un sueño.
-Lo que
me aterra es la idea de que sólo quiera pasar el rato conmigo-le confió a Lorena.
-Sospecho
que se trata de Marcos-apostilló su hermana.
Lorena no pudo ver cómo las mejillas de Diana se encendían
de rubor. Su hermana había dado en el clavo. Todos los días, Marcos iba a
buscar a Diana a su casa para ir a dar un paseo. Pasaba un largo rato hablando
con los padres y con la hermana de la joven.
Por supuesto, no salían nunca solos. Con ellos, siempre iba
la doncella de Lorena y de Diana. Las familias Cano y Domínguez parecían
ermitaños. Vivían lejos de todo.
En la islica...
Así es conocida la isla de Mazarrón.
-¿Ya se
te ha declarado?-quiso saber Lorena.
Al escuchar aquella pregunta, Diana pensó que se moriría de
vergüenza. Lorena parecía estar inventando en su cabeza una novela de amores.
De algún modo, Lorena parecía estar viviendo la historia de amor que jamás
había tenido a través de aquel joven que pretendía a su hermana.
-No sé lo
que quiere de mí-contestó Diana.
Era una joven desconfiada por naturaleza. Su institutriz le
había repetido a Lorena y a ella una y otra vez que los hombres sólo buscaban
aprovecharse de las mujeres. Las seducían con palabras bonitas. Y las
abandonaban una vez que se desfogaban con ellas. Pero siempre les robaban su
virtud. Lorena opinaba que su antigua institutriz estaba exagerando. Diana no
sabía, por el contrario, qué pensar.
No sabía qué sentía realmente por Marcos. Sólo sentía que
era feliz cuando estaba con él.
-La
señorita Palomares, nuestra antigua institutriz, era una amargada-afirmó Lorena-Te
tenía muy vigilada, hermana.
Lorena suspiró. Entendía el porqué la señorita Palomares
vigilaba más de cerca a Diana. No debía de dolerle. Pero...Le dolía. Diana sí
podía ver.
Trató de esbozar una sonrisa. Sólo quería que Diana fuera
feliz. Su hermana así lo entendió.
-Supongo
que tienes razón y que la señorita Palomares vivía resentida con el mundo-cedió
Diana.
-Eres
joven, hermanita-le recordó Lorena-Tienes toda la vida por delante.
-¿Y qué
ocurre contigo?
-Tienes
que mirar por ti, Diana. Tienes que pensar en tu futuro. Tienes toda la vida
por delante.
La aludida bebió un sorbo de su taza de chocolate.
Lorena era muy buena. Se preocupaba por su felicidad.
Sin embargo, la felicidad había sido muy esquiva con la pobre. Lorena no
se quejaba nunca.
Sin embargo, Diana la había oído
llorar muchas veces.
Para horror de la doncella de Lorena y de Diana, Marcos ya
había besado a Diana en la mejilla.
Le había besado dos veces en la mejilla.
Lo había hecho cerca de la vieja necrópolis.
-¡No lo
hagas!-le pidió la segunda vez Diana, toda sofocada.
-Lo
siento mucho, Diana-se disculpó Marcos, igual de sofocado que ella-No volverá a
pasar. Te lo prometo.
-Mi
doncella...
-Lo sé.
Diana casi no se atrevía a mirarle a la cara.
Entonces...
Marcos le cogió la mano y se la besó.
Lorena
carraspeó. Diana se obligó así misma a regresar al presente.-Lo siento-se disculpó.
Tenía muchas cosas en la cabeza. Marcos quería cortejarla. La estaba cortejando.
-Vendré a verla todos los días-le prometió Marcos a Diana.
-Venga usted cuando quiera-intervino don Enrique.
-Podría leerle en voz alta a Lorena.
-¡Me encantaría!-se entusiasmó la aludida.
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