sábado, 14 de marzo de 2015

AMOR EN LA ISLA

Hola a todos.
Hoy, seguimos con un nuevo fragmento de mi relato Amor en la isla. 
Es un relato más bien retrospectivo, ya que se centra más en lo que fue la relación entre los padres de Lorena y Diana, Enrique y María.
¡Vamos a ver lo que ocurre!

                                Se pasan todo el rato besándose. María es la que más besa a Enrique. Hay quien tiene la sensación de que Enrique se deja abrazar. Pero no abraza con tanta fuerza a María. No hay un contacto real entre ellos. Enrique piensa que es lo que sus suegros desean. Sus futuros suegros…
-¿Lo has pensado bien, hija?-le pregunta doña María Isabel a María cuando acude por la noche a su cuarto a desearle las buenas noches. 
                            Encuentra a María acostada en su cama. Está leyendo un libro. Siempre tiene una novela en las manos. 
-Voy a ser muy feliz al lado de Enrique, madre-responde María con firmeza-Creo que no voy a encontrar a nadie mejor que él. Le conozco de toda la vida. 
                          María se sienta en la cama. Enumera a su madre las muchas virtudes que tiene Enrique. Siente que puede confiar en él. Además, lo conoce desde siempre. 
-Vamos a ser muy felices juntos, madre-añade María sonriendo-¡Ya lo verá! 
-Piensa que es como un hermano para ti-le recuerda doña María Isabel-Lleva tus apellidos. Tu padre...
-Padre está arreglando las cosas para que nos podamos casar. No quiero estar con nadie que no sea él. 
-Que sea lo que tú decidas, cariño. 
                          Los criados hablan. Opinan que la boda entre la pareja nunca se celebrará. Se conocen desde que eran muy niños. De hecho, Enrique conoció a María cuando ésta apenas contaba con unos minutos de vida. La boda le hace mucha ilusión a los padres de María.
            La joven también parece ilusionada con la boda. Todavía no se ha fijado una fecha. Pero María desea lucir ese día el mismo vestido de novia que lució su madre. Doña María Isabel quiere estar presente en el Altar, aunque sea en silla de ruedas.
            Será ella la madrina de Enrique. Después de todo, ha sido ella quien le ha criado. Es la única madre que su futuro yerno conoce. María, por suerte, goza de una excelente salud.
                    Pero la boda es un hecho. Don Diego se las ingenia para conseguir una dispensa papal. Todo es alegría en la mansión familiar. Los preparativos de la boda se aceleran. María es consciente de que no será el evento que desea. 
                    Visita con su madre a una modista de Mazarrón. Será ella quién confeccione el vestido de novia de la joven. Será un vestido digno de la mismísima Reina. 
                      Todo debe de estar a punto. Ya ha sido fijada la fecha de la boda. No hay marcha atrás. Enrique asiste en un estado casi catatónico a lo que está ocurriendo. Todavía no puede creerse que vaya a casarse con María. 
                      Es como estar dentro de un sueño. 
                      Antes, se conformaba con ver cómo María bordaba un mantel sentada en un sillón del salón. Ahora...
                       No sabe cómo reaccionar. Para él, María era algo inalcanzable. 
                       Ni siquiera imaginó que acabaría casado con ella. 
                      Fue amante de una joven inglesa llamada Gillian, que estaba pasando una temporada en Mazarrón con su familia. 
                        Gillian quiso visitar un día la isla. Lo hizo sola y, una vez allí, conoció a Enrique, quién estaba bañándose desnudo en la pequeña playa. Le gustó la forma tan descarada con la que Gillian le miró. 
                        Fue el verano más increíble de sus vidas. 
                        Enrique y Gillian se revolcaban sobre la arena de la pequeña playa desnudos al tiempo que se besaban con ardor. El uno recorría con la lengua la piel del otro. Se mordían mutuamente. Se chupaban. 
                         Pero Gillian tenía que regresar a Inglaterra con su familia. Y tuvo que dejar a Enrique. 
                        No logró olvidarla nunca. 
                        Por suerte, Gillian no quedó embarazada. Por suerte, para ella. Enrique era encantador. Pero había sido sólo una aventura. 

 

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