viernes, 20 de marzo de 2015

AMOR EN LA ISLA

Hola a todos.
Hoy, os traigo un nuevo fragmento de mi relato Amor en la isla. 
En esta ocasión, nos centraremos en el personaje de doña María, esposa de don Enrique y madre de Lorena y Diana.

                            Cuando nació su hija menor, doña María se empeñó en que se llamaría Diana del Carmen. Y lo consiguió. Si bien, nunca llamaba a su hija menor Diana del Carmen. En opinión de su hija, era un nombre demasiado pomposo. Lo que doña María deseaba era que no olvidara quién era ella. Miembro de la aristocracia...
                            Doña María estaba de pie frente a la ventana de su habitación.
                            Hacía fuerte marejada.
                            Una criada que tenía la misma edad que ella se encontraba limpiando la habitación. Doña María la oyó canturrear una levantina. Quedaba lejana la época en la que quiso casarse con Enrique. Ya no era ninguna jovencita.
                             Siempre tuvo la sospecha de que su marido nunca estuvo enamorado de ella. En realidad, doña María tampoco estuvo enamorada de don Enrique.
                             En aquel aspecto, estaban a la par. Sin embargo, tenía la certeza de que Diana no tardaría demasiado tiempo en casarse con aquel joven, Marcos.
-¿Dónde está mi marido?-le preguntó a la criada.
-Está en su despacho, señora-respondió la mujer.
-Bien...Eso es todo.
                             Doña María ni siquiera se giró para mirar a la criada. Tan sólo la sentía mover algunas cosas mientras pasaba un paño por la madera de caoba. Sus muebles estaban hechos de madera de caoba. Volvió a suspirar.
                            El tiempo había pasado muy deprisa, pensó doña María con tristeza. Un día, ella quería casarse con Enrique porque pensaba que era lo mejor que podía hacer. Después de todo, aquel joven la había visto nacer. Se habían criado juntos. Era el mejor partido para ella.
                           De pronto, se daba cuenta de que el ajuar de bodas de su hija menor estaba ya listo. Y que un joven se había acercado a ella con intenciones serias.
                           Las lágrimas afloraron a los ojos de doña María. Un día, Diana era un bebé recién nacido al que ni siquiera podía amamantar porque no se le estaba permitido. Y, a lo mejor, en menos de dos años, ya la habría hecho abuela.
-¿Dónde están mis hijas?-le preguntó a la criada nuevamente.
                            Ahora, doña María sí se giró. Miró a la criada.
-Están abajo-respondió la mujer-En el salón...
                            Doña María esbozó una sonrisa triste. Diana siempre había adoptado el rol de hermana mayor con Lorena.
                           Debería de haber sido al revés, pensó doña María. Pero las cosas siempre ocurren por algún motivo.
-Está bien-suspiró doña María.

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