martes, 27 de enero de 2015

UN AMOR SOÑADO

Hola a todos.
El fragmento de hoy de Un amor soñado es algo más largo de lo habitual.
Mañana, no subiré ningún fragmento porque tengo que daros una noticia relacionada con mi relato Amor en la isla. 
Pasado mañana, continuaremos con la historia de amor entre Cristina y Ángel.

                                   Cristina y Rafaela compartían habitación desde que la segunda llegó a vivir con su padre.
                                  Por aquel entonces, el padre de Cristina todavía vivía. Sin embargo, un ataque al corazón acabó con su vida de manera fulminante al cabo de algún tiempo.
                                 Rafaela encendió la lámpara de aceite de la mesilla de noche.
                                 Era ya de madrugada y no podía conciliar el sueño. Le sorprendió ver a Cristina sentada en la cama mirando al vacío.
-Veo que tú tampoco puedes dormir-observó Rafaela.
                               Se levantó de su cama y se sentó al lado de Rafaela.
-Prima, tú nunca has estado enamorada-le recordó Cristina.
                               Por eso, no podía sincerarse con ella. Porque, posiblemente, Rafaela no lo entendería.
                               Entonces, empezó a hablar y Rafaela la miró con estupor.
-Espero que sea una broma porque, si es verdad, tenemos un problema-afirmó.
                                Por desgracia, no se trataba de ninguna broma. Rafaela pensó que Cristina se había vuelto loca.
                               Sin embargo, en lugar de echarle en cara su comportamiento, la abrazó con cariño.

                                Rafaela tuvo la idea de llevarse a Cristina fuera de la isla durante una temporada. La casa de su padre en Calarreona no había sido arrendada. De aquel modo, esperarían el desarrollo de los acontecimientos. No le contaron nada acerca de los motivos reales de su marcha ni a don Ramón ni a doña Clotilde. Rafaela contó que Cristina nunca había estado en Calarreona.
                              Además, echaba de menos su casa. Si no podía regresar allí sola, se llevaría a su prima con ella.
-¿Y qué dices tú, cariño?-le preguntó doña Clotilde a su hija, quién se había sentado a dar un concierto casero de arpa.
-Me parece una buena idea-respondió Cristina.
-¿Cuándo pensáis partir?-se interesó don Ramón.
-Dentro de unos días, padre-contestó Rafaela.
                             Cristina trató de centrarse en la pieza que quería interpretar con el arpa. Pero estaba asustada ante la idea de dejar de ver a Ángel durante una temporada.



                            El viejo lavadero de esparto estaba de nuevo en funcionamiento.
                            Cuando Cristina y Rafaela fueron hasta allí paseando, se sorprendieron al ver gente trabajando allí.
                            Cristina, que iba cogida del brazo de su prima, se ruborizó al recordar los encuentros vividos con Ángel en aquel lugar.
-¿Cuánto tiempo he de pasar fuera de casa?-le preguntó a Rafaela-Me gustaría volver lo antes posible. Además, no entiendo el porqué he de viajar contigo a Calarreona.
-Regresaremos en cuánto veamos que tú no te has quedado encinta-respondió la joven.
-¿Qué estás diciendo?
-¡Por favor, Cris! ¡No me digas que no sabes que de lo que has hecho tú con ese joven pueden nacer niños! -¿Y qué pasará si resulta que estoy esperando un hijo? ¿Es que pretendes que aborte?
-Ya veremos lo que pasa.
                             Aquella noche, cuando Cristina se escabulló de casa, fue al encuentro con Ángel.
                             Se vieron en la playa.
                            Cristina no le quiso contar nada.
                            Pero los besos que le brindó a Ángel mientras se amaban sobre la arena de la playa tuvieron el sabor de la despedida.  

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