domingo, 4 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Aquí os traigo un nuevo fragmento de mi serie de relatos titulados Historias de La Unión. 

CARTAGENA, 1988

                           Sofía no se molestó en encender la tele. 
                           Era un buen día para empezar a escribir, se dijo Sofía. Era un lluvioso día de otoño. Por lo menos, intentaría no pensar en el cierre de minas que se estaban produciendo en La Unión. La minería corría el riesgo de volver a parar. Como había ocurrido más de sesenta años antes. En la época en la que Sofía era una niña, ocurrió un nuevo boom minero. 
                          No hacía mucho que se había comprado un ordenador. Seguía siendo periodista. Seguía trabajando para el periódico La Crónica.  Ya llevaba algún tiempo trabajando allí. Años...
                           Seguía en la sección de Sucesos. 
                           Sofía encendió el ordenador. No iría a trabajar aquel día. Era domingo. 
                           Sofía estaba curada de espanto. Por su profesión, había viajado por toda España. Pero no se había relacionado nunca con nadie. Eran viajes de trabajo. 
                           El año anterior le tocó cubrir la matanza de Hipercop. Eran ya varios años haciendo lo mismo. Intentando ser dura. Pero no pudo ser dura cuando vio a gente salir metida dentro de una ensangrentada bolsa de cadáveres. A gente llorando por la pérdida de sus seres queridos. Sufrió el primer desmayo de su vida horrorizada por todo lo que había visto. 
                       Estaba a punto de superar la barrera de los cuarenta. Le faltaban algunos años. 
                       Nunca había pensado en escribir un libro. Ella era periodista. No era escritora. 
                       Sofía abrió el cuaderno de rayas que tenía al lado del ordenador. Vale la pena contar lo que he escrito, pensó. Total, no tengo que ir a trabajar hoy. Sus compañeros de trabajo decían que era muy rara. Vivía sola. No tenía pareja desde su divorcio. No tenía amigos, excepto su amiga Paz, la que seguía viviendo en La Unión. No tenía mascota. No se hablaba con los vecinos del bloque de edificios donde vivía cerca del Continente. Por no tener, no tenía ni plantas. 
                        Sofía recordó los motivos que la habían impulsado a tomar la decisión que había tomado, casi de forma impulsiva, aquella mañana. 
                        No sé si saldrá bien, pensó. 
                        Pero se podía intentar. 
                        Desconectó el teléfono. Necesitaba estar tranquila. 
                        ¿Por qué tenía un teléfono?, se preguntó Sofía. A excepción de su hermana María y de su amiga Paz...Nadie la llamaba por teléfono. Desde hacía mucho tiempo...
                        Bueno...
                        La llamaban por teléfono sus jefes, pero por motivos de trabajo. Sofía era muy callada. 


                          Sus jefes pensaron que era muda cuando la entrevistaron. Solía ir a trabajar con vestidos de flores y luciendo sombreritos también de flores. Aquella mañana, sólo llevaba puesto el camisón. No se molestó en vestirse. No se molestó en arreglarse un poco. 
                        No desayunó gran cosa. Se había lavado un poco y se había peinado. ¿Quién iba a ir a verla?
                       Tuvo frío y se puso encima una bata vieja. Había muy pocos muebles en su piso. Era un fiel reflejo de lo que era ella. Una solitaria...
                      Cogió del frigorífico una lata de Fanta de Limón. 
                      La destapó. Bebió un sorbo. Va a ser una tarea dura, pensó Sofía. Pero no me asusta. Me gusta. 
                        Estoy acostumbrada a trabajar duro. Estoy hecha para ello. 
                        A ver. Abrió su cuaderno de notas. Empezó a revisar lo que había escrito. Prácticamente, todo su cuaderno estaba lleno. 
                       ¿Qué tenemos aquí? Una historia...
                       Sofía no fumaba. 
                       Sofía no salía mucho de su casa. 
                       Sus vecinos no la conocían. Era una extraña para las cajeras del Continente al que iba a comprar. 

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