viernes, 2 de enero de 2015

HISTORIAS DE LA UNIÓN

Hola a todos.
Después de un pequeño descanso por Navidad, regreso a este blog con otro relato más perteneciente a Historias de La Unión. 
¡A ver qué os parece!

                                 Era el año 1985.
                                 Estaba empezando a anochecer en Murcia.
                                 Hacía mucho frío fuera. Dentro, la calefacción estaba encendida.
                                 Sofía repasó las notas.
                                 Trabajaba como periodista de sucesos para el periódico La Crónica. Tenía treinta y cinco años. El trabajo que estaba haciendo era, en ocasiones, de lo más raro que jamás había visto. Encendió el ordenador. Debía de aprender a manejar mejor aquel trasto, pensó.
                                Se lo habían dado no hacía mucho. En la redacción, habían muchos ordenadores.
                                Sofía tenía mucha práctica con los teclados. Había acudido a una Academia de Mecanografía en la Calle Capitanes Riport, de Cartagena. El ordenador de la redacción era fácil de manejar.
                                Pero los comandos...Dar una orden. ¡No sabía hacerlo!
                                 Había oído toda clase de historias a lo largo de su vida.
                               Historias que guardaban relación con la ciudad en la que había nacido. La ciudad donde había crecido.
                                En 1965, cuando sólo era una chiquilla de quince años, Sofía había trabajado como camarera en el bar Balsalobre. 
                               Sofía era muy tímida. Y los clientes eran muy habladores. Era la época del turismo. Algún que otro guiri se dejaba caer por La Unión. Pero la ciudad estaba viviendo un nuevo boom minero. Y los guiris eran muy raros de ver por allí. Pero, de vez en cuando, aparecían. Y llamaban poderosamente la atención.
                                 Los guiris dejaban muy buenas propinas.
-Española...-le decían a Sofía-Española flamenca...¡Olé!
                                Ella no les contestaba.
-¡Hija!-la regañaba una compañera de trabajo-Sé un poquico más agradable.
                               Los guiris bebían mucho y no sabían hablar español más que cuatro palabras. Y todas eran las mismas. Sofía se las sabía de memoria.
                            Toros...Torero...Por lo general, se iban del bar cuando estaban muy borrachos.
-¡Arsa!-exclamaban-¡Toros! ¡Olé! Paella...Siesta...Flamenco...¡Arsa! ¡Olé!
                            Y vuelta a empezar. Sofía sabía que estaban confundiendo lugares. La paella se servía en Valencia. Y el flamenco se bailaba en Sevilla.
                            Pero no lo decía mientras retiraba los vasos vacíos de la mesa.
-Beben esos como cosacos-le comentaba a su jefe.
                            Sofía trabajaba hasta muy tarde. Sus padres se quejaban de su trabajo. Pero los guiris no dejaban nunca buenas propinas. En cambio, los mineros que se dejaban caer por allí eran otro cantar. También eran personas muy habladoras.
                          Con el dinero que Sofía ganó sirviendo tapas y refrescos a los clientes más las propinas que le dejaban, la joven pudo costearse, años después, su carrera en la Facultad de Periodismo. Era su sueño. Ser periodista. Pues bien...Ya lo era. Y estaba contenta. Sofía era feliz. Tenía treinta y cinco años. Y su matrimonio había sido un completo fracaso. El duro trabajo en el bar Balsalobre había valido la pena.
                          Dio vueltas sobre sí misma con la silla giratoria.
                          No veía la hora de tomarse una Aspirina. Le dolía horrores la cabeza. Aún le faltaba un rato para irse a su casa.

 

                             El teléfono de la redacción sonó.
                             Había unos pocos compañeros con ella. Uno de sus compañeros le avisó que se trataba de su hermana María.
-Dime-le dijo cuando cogió el teléfono-¿Qué quieres?
-¿Vas a venir a cenar?-inquirió María.
-Hay mucho jaleo todavía en la redacción. ¡Más quisiera yo irme! Pero no puedo. Lo siento.
-El problema es ése. Le das más prioridad a tu trabajo que a tu vida personal. Por eso, fracasó tu matrimonio. ¡Oh, Sofi! No llamo para pelear contigo. Sólo quiero que seas feliz.
-Soy feliz con mi ordenador dándole duro a las teclas.
-Pero eso no es vida.

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